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viernes, 20 de noviembre de 2015

Los atentados de París: ¿choque de civilizaciones?, por @trinomarquezc



Trino Márquez 19 de noviembre de 2015

Sería un error interpretar los pavorosos atentados de París del 13-N como un choque de civilizaciones; como una colisión entre Oriente y Occidente, o entre el mundo islámico y el cristianismo. Lo ocurrido en la capital francesa –lo mismo que la destrucción de las Torres Gemelas en 2001- refleja la furia asesina a la que puede conducir el fanatismo religioso e ideológico de una secta que se cree elegida por Dios -su dios- para combatir el mundo de los infieles y revelar la palabra divina -la contenida en su particular interpretación del Corán- e imponérsela a toda la humanidad. La excusa invocada por los yihadistas del Estado Islámico (EI) para cometer esos actos criminales reside en la participación de Francia en los bombardeos a los territorios de Siria donde el EI ha establecido su califato, más de 40.000 kilómetros cuadrados entre Siria e Irak. Lo extraño es que su odio no estuvo dirigido hacia instalaciones militares, sino hacia inocentes ciudadanos.


En la “guerra santa” del EI no todo es ideología y religión. También hay mucho dinero que se mueve a su alrededor. El EI se ha apoderado de numerosos pozos petroleros que le proporcionan varios millones de dólares al día, además de la industria del secuestro, que ha desarrollado con una mezcla macabra de audacia y crueldad, y el negocio del narcotráfico, especialmente en las áreas que controla en Afganistán. Ese grupo confesional -para el cual no existe el respeto a la vida, ni derechos civiles, ni principios relacionados con el libre albedrío o la libertad de culto o pensamiento-, se ha convertido en una poderosa corriente fundamentalista, con capacidad de imponer compulsivamente la pertenencia al grupo o captar sus devotos e incondicionales seguidores a través de los numerosos portales de Internet que posee.

Como toda secta, profesa una fe ciega en sus líderes y en los dogmas que la rigen. Para sus miembros no existe ninguna posibilidad de discernir, disentir o criticar. Solo cabe la obsecuencia absoluta ante la autoridad que emana de la interpretación del Corán planteada por los jefes espirituales. De allí que sea imposible cualquier tipo de discusión civilizada o de diálogo con sus integrantes.

El Estado Islámico constituye una versión aún más agresiva y letal que su prima hermana, Al Qaeda. Es el oscurantismo en su expresión más brutal. Se ubica en el extremo de organizaciones criminales, recubiertas con un delgado manto de ideología política, como las FARC, capaz de reunirse con el gobierno colombiano en La Habana y pasar tres años discutiendo un acuerdo de paz. En América Latina, se asemeja a Sendero Luminoso, la organización peruana dirigida por Abimael Guzmán que convirtió las ideas de Mao Zedong en una religión laica y en excusa para decapitar campesinos y soldados y perpetrar actos terroristas de una insondable crueldad. Con esta agrupación el Estado peruano actuó sin misericordia. La penetró con sus servicios de inteligencia y capturó a sus dirigentes más importantes, entre ellos a Guzmán. De esa manera desmanteló y destruyó a una organización clandestina que por momentos se consideró imbatible.

No pretendo comparar a los lunáticos del modesto Sendero Luminoso con el poderoso y multimillonario EI. Para demoler este “Estado” hay que contar con mucho más que un eficaz aparato de seguridad capaz de anticiparse a las operaciones terroristas en Europa. Al Estado Islámico, la Unión Europea, EEUU y Rusia tendrán que encararlo con tropas de infantería que los saquen de los territorios de los que se ha apoderado en Irak, Siria y Afganistán. Esa coalición deberá establecer una alianza con los guías espirituales del Islam para lograr que esos conductores declaren a los terroristas enemigos de Alá, de Mahoma, del Corán y de la humanidad. Deberán tratar de que sentencien que quienes cometen esos crímenes no van al paraíso o al cielo, sino al más aterrador infierno. Hay que intentar socavar las bases religiosas y míticas de los “mártires”, quienes además son ingratos con el país que los acoge.

Solo una acción conjunta que tome en cuenta factores policiales, militares, diplomáticos, ideológicos y religiosos, podrá eliminar a esos extremistas, transformados en los peores enemigos dela vida, la libertad y la humanidad. En esa lucha sin cuartel occidente tendrá que contar con la colaboración de oriente y de las autoridades espirituales musulmanas.

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