sábado, 21 de noviembre de 2015

El paraíso de los bobos sigue en pie, Vladimiro Mujica



Por Vladimiro Mujica, 20/11/2015

Las traducciones están frecuentemente llenas de trampas y el título de un libro de David Brooks called Bobos in Paradise: The New Upper Class and How They Got There, publicado el año 2000 en los Estados Unidos no es una excepción.

La palabra BOBO en el contexto de este libro está muy lejos de tener el significado que tiene en el español que se habla en Venezuela. En su lugar es un contracción de dos palabras inglesas: BOurgeois y BOhemian. Un BOBO es pues alguien que ha alcanzado niveles considerables de afluencia económica y que puede abrazar las causas que normalmente se asocian con el mundo de los placeres y gustos sofisticados. En términos de sociología urbana vendrían a ser una especie de mezcla despreocupada y egocéntrica de individuo exitoso y epicúreo, heredero simultáneamente de los yuppies y los hippies.

El asunto viene a colación en un contexto terrible y siniestro. Los recientes atentados del Daesh (IS) en París ocurrieron en una zona que mucha gente parece asociar con el dominio de los Bobos, restaurantes, salas de baile, antiguos barrios obreros convertidos en zonas trendy. De acuerdo a la conjetura que he visto reflejada en varios medios de comunicación y en las inefables redes sociales. los ataques de la barbarie fundamentalista se centraron en una zona con elevada presencia de sus enemigos jurados: hombres y mujeres de pensamiento liberal y conducta reñida con la Sharia, la ley fundamentalista islámica. Debo quizás apresurarme a indicar que en esa ciudad adorable que es París, la zona de los atentados, alrededor de la Plaza de la República, es una que yo conozco muy bien, y creo que ni yo ni mis amigos profesores y estudiantes de doctorado en esa ciudad calificamos para Bobos. Lo mismo se puede afirmar del colectivo de gente que asistía a un partido de fútbol en el Estadio de Francia, otro de los escenarios de los atentados del viernes 13N. Este público estaba compuesto de gente muy variada y la competencia deportiva en sí misma era más bien un ejemplo de integración racial y cultural en el medio francés.

La hipótesis del ataque al dominio de los Bobos no tiene mejor fundamento que el pensar de los atentados como producto de una guerra entre la civilización judeo-cristiana y la civilización musulmana. La verdad del asunto es que probablemente ninguna de las explicaciones parciales, y con frecuencia simplistas y cargadas de ignorancia y prejuicios, nos permiten tener los elementos adecuados para entender las dimensiones e implicaciones de una guerra, como sin titubeos la calificó el presidente francés Hollande. Yo estoy convencido de que estamos en una guerra, pero la pregunta que se desprende de esta afirmación es tan importante como la afirmación misma: ¿Una guerra entre quiénes y contra qué?

Un primer elemento a comprender sin ambages es que, en el mejor de los casos, Daesh intenta reivindicar un califato que atiende solamente a una parte de los musulmanes, los sunitas, y de estos solamente una fracción se ha expresado como representados por IS. La peor respuesta a quienes pretenden sembrar el terror en el corazón de occidente es reaccionar con pánico y prejuicios, identificando a todos los musulmanes con los terroristas. Lo increíblemente paradójico de esta reacción es que al ejercerla probablemente se cumpliría el objetivo último de Daesh: lanzar a occidente en una cacería de brujas y de xenofobia contra los musulmanes, creando así un espíritu de cuerpo y de resentimiento que entregaría aún más adeptos y discípulos a las escuelas de bombistas suicidas cuyo “martirio” arrastrando consigo las vidas de gente común, estremece la conciencia del mundo civilizado: judeo-cristiano o musulmán.

Otro elemento de gran importancia es entender que el conflicto tiene poco que ver con la intolerancia y xenofobia que existe en muchos países occidentales hacia los musulmanes. Ningún gesto bien intencionado, a los cuales son muy dados los pacifistas a ultranzas, va a desarticular el esfuerzo de destrucción del IS. En cuanto a mí se refiere, el multiculturalismo y la tolerancia no pueden estar reñidos con la ley y el estado de derecho en las sociedades de acogida de los inmigrantes, sin importar quienes sean. Si en una determinada época la inmigración se hace masiva y se impone enseñar en otra lengua en las escuelas, esto debe ser un arreglo interno de cada sociedad. Pretender que los humoristas en Holanda y Francia se dieron su propia sentencia de muerte por escribir o hacer caricaturas acerca del Profeta Mahoma es desconocer que la ley de esos países no permite tales limitaciones y que abogar a favor de la Sharia en este tema o en el trato con las mujeres es una entrega ingenua, y quizás cobarde, de los valores de nuestra civilización. Pero más allá de todas estas consideraciones está el hecho de que los terroristas no buscan atenuar los conflictos sino exacerbarlos. Así que la ingenuidad con esta gente puede resultar muy cara.

He insistido en que la nuestra es una civilización esencialmente judeo-cristiana y no solamente cristiana. Esto tiene que ver con otro aspecto de la doble moral de mucha gente sobre el tema del terrorismo. Inconscientemente parece operar una mayor permisividad sobre el tema si el ataque es sobre objetivos judíos o sobre Israel. Se desconoce con ello el inmenso aporte que los judíos han tenido a nuestra cultura, ciencia e identidad, y, al mismo tiempo el rol crucial que juega Israel como primera trinchera de enfrentamiento contra la barbarie fundamentalista. Esta afirmación por supuesto no pretende excusar ni disminuir la importancia de los errores y carencias del gobierno israelí, pero sitúa estas carencias en el mismo grado de valor relativo de las que aquejan a los gobiernos de Francia y los Estados Unidos, por citar dos ejemplos.

Ello nos lleva a un punto muy importante de la reflexión sobre contra quienes estamos en guerra. Sin duda que contra una rama corrosiva y letal del fundamentalismo islámico que opera sin una nación detrás, como un enemigo invasivo al que hay que combatir con la fuerza militar de una operación de guerra profundamente no convencional. Pero esto no va a ser suficiente sino se desmantela la base política y social de resentimiento y de pérdida de identidad de la cual se nutre IS para reclutar sus soldados. Occidente debe reaccionar con fuerza militar y con fuerza política, para aliarse con los sectores moderados del mundo musulmán. Ello supone asumir las consecuencias de los errores de nuestros gobiernos.

Cuando se invadió Irak en un engaño de dimensiones planetarias, supuestamente para acabar con las armas de destrucción masiva, en realidad para asumir el control del crudo y el negocio de la reconstrucción, se desmanteló al ejército. El mismo ejército del cual han salido una buena parte de los altos mandos de Daesh. Cuando se invadió Afganistán en la lucha contra Al Qaeda y los talibanes, no se cumplió la misión estabilizadora de la sociedad. Lo mismo se puede decir de Siria, o de Libia. Se salió de dictaduras para descubrir que el caos era peor porque en él crecía el enemigo invisible que hoy nos aterroriza. La lucha es pues también por restaurar la ética en el ejercicio de la política, para que no tengamos que lamentar que una organización del horror como Daesh, se aproveche de todas y cada una de nuestras debilidades y avaricias como sociedad. El paraíso de los Bobos sigue intacto, pero quizás el horror nos lleve finalmente a aprender que la paz tiene un precio en nuestras propias conductas ciudadanas y las de nuestros gobiernos. O en la ausencia de ellas.

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