Por Pedro Urruchurtu, 05/10/2015
Hoy Venezuela vive una realidad expresada en dos visiones: la del
régimen, en la cual ya nadie cree y se evidencia con el más de 80% de
impopularidad que Maduro tiene y que parece que seguirá subiendo; y la de la
oposición, en su rol de venderse como alternativa, de vender esperanza y de
hacer que la gente se aferre a lo único que le queda: la fe, sin aprovecharla
como debe, repitiendo los errores del pasado una vez más. Es temporada de
promesas, de discursos rimbombantes y de proyectos que, para la magnitud de las
elecciones en puertas, parecen más ofertas de candidatos a alcaldes que a
diputados.
En todo lo anterior hay una verdad lapidaria: no se puede seguir
hablando con mentiras a quienes tienen más de 16 años oyéndolas; mucho menos
debe decirlas el sector opositor que se supone está en contra de la verdad
oficial y que se jacta de hablar de cambio, porque al final lo único que están
promoviendo, lejos de transformar nuestra tragedia, es agudizarla. Me cuesta
creer que ese sector opositor siga creyendo que la mejor manera de vender un
cambio sea manteniendo lo que ya existe; usted no puede combatir el populismo
siendo populista ni combatir el chantaje gubernamental chantajeando al
electorado y estigmatizando sus preocupaciones.
Todos hablan del 6 de diciembre, pocos hablan de lo previo a ese día;
mucho menos se atreven a vislumbrar lo que pasa a partir del 7 de diciembre,
salvo por el trillado discurso de que ganaremos contundentemente. A todo eso
vale la pena preguntar ¿con qué se come eso? Desde el mejor hasta el peor
escenario, pareciera que algunos olvidan el poder que maneja el régimen. Tal es
su poder, que ya la “normalización de la frontera” tardará más de seis meses
(marzo 2016) y ya Maduro propuso extender el Plan de la Patria hasta el 2030.
Algunos dirán que, lógicamente, nadie se prepara para la derrota, el asunto es
que el régimen no lo ve de esa forma; lo ven desde el poder que tienen y no
sólo en las instituciones…
Por supuesto, esta crítica no escapará de aquellos que, precisamente,
ven toda opinión contraria a lo que parte de la oposición está haciendo como un
juego a favor del gobierno. Grave error. Si la crítica genera tanto rechazo
siendo apenas candidatos y sin tener el poder real, pues cuando lo asuman, de
hacerlo algún día, serán peores que los que hoy controlan a Venezuela.
Mi problema no es que ofrezcan cosas mágicas, que hablen de hospitales,
autopistas, escuelas nuevas o que digan que desde el 7 de diciembre Maduro se
va; el problema es que engañan. Engañan porque saben que hasta en el mejor
escenario es imprescindible negociar con el régimen y si no negocian, el
régimen los desconocerá, avanzará en su modelo comunal y disolverá el
Parlamento si le es muy incómodo. ¿Alguien ha pensado en eso? Las instituciones
son buenas cuando ellos las gobiernan y las controlan (OEA con Insulza, por
ejemplo), de resto buscarán destruirlas, transformarlas, manipularlas. Es la
utilización de la democracia para destruir la democracia. Además, un Parlamento
no está para construir viviendas o para crear cientos de leyes inútiles que se
vuelven mandatos para controlar la vida de los ciudadanos por doquier.
Pretender hacer del Parlamento una gallera donde se diga que, desde allí,
Venezuela será reconstruida, es una vil mentira. Pero, peor todavía, pretender
afirmar eso es reconocer y ser partícipe de la destrucción de esa institución, hoy
desvirtuada y descalificada.
El Parlamento no se recupera a base de populismo y demagogia. Se
recupera con perfiles claves, preparados, que entiendan para qué es un espacio
de ese tipo, donde se privilegie el debate por encima de los asuntos que afectan
a un país, no para ver cuál partido tiene más curules y decidir entonces que el
color de la próxima escuela es el de ese partido.
Dicho de otro modo: la nueva Asamblea Nacional puede nacer herida de
muerte, no sólo por las intenciones del régimen de desconocer lo que allí
suceda si la oposición gana, sino porque la misma oposición no está entendiendo
para qué es esa nueva Asamblea y el rol del Parlamento.
No se puede hablar de cambio haciendo lo que el régimen lleva años
haciendo; no se puede seguir engañando a las personas creyendo que todo será un
mar de felicidad, cuando lo que vendría sería peor, más duro, incluso
inimaginable. ¿Alguien ha pensado cómo será una eventual negociación con el
régimen? ¿Será una transacción o una manera de darle estabilidad a quienes
gobiernan? ¿Cómo se hará para que entreguen y reconozcan el triunfo opositor?
Pretenden hacer del voto un acto de magia dentro de un gran circo en el que no
sabemos si quien ría de último reirá mejor.
Cada vez que leo algunas propuestas, pareciera que se trata más de un
candidato a una gobernación que a alguien consciente del rol parlamentario.
Pareciera que se están preparando para usar su curul en el Parlamento como
trampolín a otro cargo de elección, abandonando su función originaria, cayendo
de nuevo en la demagogia y en el populismo.
El país demanda más realismo sin que eso signifique renunciar a la idea
de que un futuro mejor es posible, pero no nos engañemos desde el presente
creyendo que todo será fácil. La verdad siempre es apreciada y más aún luego de
vivir de la mentira como gobierno. Lamentablemente algunos prefieren hablar
como si viviéramos en un paraíso democrático, como si el Parlamento por sí solo
mejorará al país, como si no hiciera falta prepararse para defender el proceso
electoral, como si el régimen fuera bueno por naturaleza. Esa es la tragedia de
hoy, en la que no importa cuál color sea el que se imponga, pues seguirá
reinando el engaño, porque seguirán diciendo lo que la gente quiere oír y no lo
que deben entender, con los sacrificios que eso implica. Y es que no puede ser
distinto; en este país todos quieren ser populistas.
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