Por Mercedes Pulido, 10/10/2015
Cuando en los años sesenta Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II,
el revuelo no se hizo esperar. Resistencias al descubrir la importancia de las
diversidades locales y la apertura en la discusión de la potencialidad del
mensaje evangélico en un mundo que emergía hacia la visión planetaria. De los
cambios más sencillos que todavía tienen nostalgia fue la inserción de las
lenguas locales en los rituales colectivos del pueblo de Dios y la importancia
de las diócesis insertando cada vez más a los fieles y no fieles, para
acompañar a darle nuevos significados a un mundo que se transformaba.
El Sínodo sobre la Familia es centro de atención y retos. A pesar de
las constantes profecías que anuncian el fin de la familia como institución,
ésta se ha ajustado a las expectativas del mundo moderno y recibe las presiones
de la postmodernidad. Nos encontramos con una realidad que se transforma y hace
cada día perentorio comprenderla en su diversidad e insertarla en los objetivos
de lo que hoy se plantea como desarrollo sustentable. Si bien hay múltiples
temas que atraen la publicidad por sus desafíos, costumbres y aspiraciones
personales, tenemos realidades que exigen comprenderlas para darles cauces ante
exigencias de responsabilidad colectiva.
La mayoría de nuestras leyes contemplan la protección de la familia
como garantía de la funcionalidad para los niños. Sin embargo, solemos
desconocer que estos pueden convivir con padrastros, medios hermanos que
pudieran no ser garantía de un desarrollo sano de su personalidad. Las
condiciones económicas conllevan que las “abuelas” reciban hijos, hombres y mujeres
en su casa producto de épocas en que eso era posible. La organización y
educación de la vida familiar la hace la abuela. Los nietos quedan a cargo de
ella y los padres ajenos a la vida familiar se alejan de compromisos
responsables. En la nueva onda de embarazos precoces, la niña madre y el bebé
son criados por las abuelas que admiten esta realidad como parte de la vida.
Recientemente se ha discutido un documental sobre las madres “malandras” y el
compañerismo con sus hijos “malandros” muy alejados del concepto de
autoridad concebida como piso inalterable de la estructura familiar.
La búsqueda de objetividad propia de las ciencias positivas definió la
realidad social y fueron efectivas para el conocimiento e interpretación del
mundo material, pero hoy resultan insuficientes en el registro del ser que vive
y negocia continuamente con su entorno. La necesaria comprensión de los
significados de vida implica superar la visión arrogante referida a la
cuantificación de los hechos sociales, como es el caso de la violencia, pero
estamos lejos de conocerlos en el aterrizaje de cómo se viven en el día a día.
No son mundos opuestos, sino que aceptamos que se desconocen y se
ignoran mutuamente.
De allí que la familia si bien pudiera ser la manzana de la discordia,
también es la oportunidad de transformar no solo estructuras e instituciones,
sino darle sentido a la existencia.
Mercedes Pulido
mercedes.pulido@gmail.com
@mercedespulidob
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