CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 04 de octubre de 2015
¿A
quién se le puede ocurrir hacer una revolución a estas alturas del desarrollo
de la Humanidad? Un exabrupto de tales dimensiones solo puede provenir de
mentalidades primitivas. Venezuela padece una desgraciada regresión que ha
costado cara, pero puede ser mucho peor. Los grandes revolucionarios del siglo
XX, Stalin, Hitler, Mao o Fidel Castro, son epítome de estremecedores
sufrimientos humanos, crímenes desenfrenados en el poder, mientras muchas
naciones en su tiempo florecían a la
libertad y la prosperidad. Hoy para cualquier ciudadano medio de una sociedad
democrática -francés canadiense, australiano-, suenan como ecos de delirios,
equivocaciones en la genética de la historia, gallinas con dos cabezas o perros
de seis patas.
Sólo
que esas supuestas anomalías ya distantes, remotas, anacrónicas para quienes
piensan que la historia posee alguna dirección y que va o debe ir a alguna
parte, por el contrario, siempre acechan. Basta que un pistolero inescrupuloso
y con talento presione a fondo las instituciones democráticas para que se
dobleguen, como Ricardo III sedujo en plenas exequias a la mujer a la que había
asesinado marido y padre. No todas las revoluciones fueron meros anacronismos.
Unas abrazaron proyectos modernos. La revolución rusa fue producto del
pensamiento social europeo y desarrolló un modelo que dividió la humanidad por
la mitad hasta 1989, pese a que Lenin dedicó su último aliento a retornar la
propiedad privada al campo y evitar la dictadura feroz que veía en los gélidos
ojos de Stalin. En veinticinco sangrientos años, éste realiza el proceso de
acumulación de capital que en Europa había tardado siglos.
El progreso equivocado
La
base teórica lucía firme: si como canta esa oda al industrialismo y el progreso
capitalista, el Manifiesto Comunista, la sociedad burguesa había creado los
medios para producir la riqueza y la felicidad de todos, lo que hacía falta era
socializarla, distribuirla. Por lo tanto debían conservarse muchos elementos de
la vieja sociedad, desaparecer otros y construir la nueva a partir de tales
bases. La era revolucionaria nacía maculada con la idea criminal de que el fin
justifica los medios, pero sus acciones obedecían a una lógica, un proyecto de
“ingeniería social holística” en el sentido popperiano, a una racionalidad que
cautivó abrumadoramente a lainteligentzia por siglo y medio hasta que todo se
pulverizó con el Muro de Berlín. El modelo era intrínsecamente perverso y
conducía a lo que conocimos. El poder sin control de las tiranías terroristas,
megalómanos infernales que asfixiaron la libertad, la producción de riqueza y
la vida civilizada.
Quienes
no accedieran a arrastrarse frente a ellos, pagaban con el horror. Con el Gran
salto hacia adelante (1958-1961) Mao imita a Stalin en el proyecto de convertir
China en una potencia industrial. Arranca a los campesinos de su labor y trata
de convertirlos en obreros siderúrgicos, con lo que produjo un genocidio que
Yang Jisheng, Frank Dikötter y Paul Kennedy consideran el mayor del siglo XX,
entre treinticinco y cincuenticinco millones de muertos. Ante la perspectiva de
que el partido lo defenestrara, Mao decidió emprender su verdadera revolución:
la devastación de todo para mantener el poder, con la coartada de “erradicar el
viejo orden”. Empezó por el Partido Comunista, y siguió con el ejército, las
universidades, escuelas, instituciones financieras, sociales, culturales (no se
salvaron Confucio ni Beethoven) para sustituirlos por el Libro Rojo, y el poder
pasó a una organización terrorista llamada la Guardia Roja.
Retorno de los bárbaros
En
este delirio barbárico se quemaban grandes obras de la cultura china, libros,
cuadros, instrumentos musicales, edificios “del pasado”. La hambruna se hizo
endémica y la miseria unificó a la sociedad china hasta que, a la muerte de Mao
en 1976, Deng Xiaoping derrotó a la esposa de éste, Chiang Ching, exprostituta
de Shangai conocida en su trabajo como “Manzana Azul”, que aspiraba la
sucesión. Losjemeres rojos de Cambodia, emprendieron la devastación radical sin
etapas previas. Era el simple odio desatado por las calles. A todo el que
supiera alguna lengua extranjera, careciera de callos en las manos o usara
anteojos lo asesinaba sin compasión un ejército de niños “no contaminados”. Pol
Pot se dedicó metódicamente a arrasar Ponh Penh, a desurbanizar el país y
campesinizarlo. Las revoluciones comenzaron con proyectos de ingeniería social,
como la soviética, y ocasionaron daños terribles a la humanidad.
Pero aún
más terribles fueron las que sólo encarnaban resentimiento, odio y megalomanía,
como los jemeres, el llamado “socialismo africano” y la Revolución Cultural.
Las representaron genuinamente los niños que ponían a sus maestros en un
rincón, con orejas de burro y que gastaban el ocio disparando contra pianos
Stenweiss y violines de colección. Ojalá en América Latina no se consolide una
empresa de destrucción ciega.
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