MOISÉS NAÍM 10 de octubre de 2015
@moisesnaim
Tras
visitar Argentina en 1980, el novelista V. S. Naipaul escribió: “En Argentina
muchas palabras han disminuido su significado: general, artista, periodista,
historiador, profesor, universidad, director, ejecutivo, industrial,
aristócrata, biblioteca, museo, zoológico; tantas palabras necesitan estar
entre comillas”.
Esta
es una brillante metáfora que transmite muy bien una compleja realidad en la
cual lo que parece, con frecuencia, no es. Pero las comillas a las que se
refiere este premio Nobel de literatura no son solo un fenómeno argentino del
siglo pasado. También captan perfectamente bien el mundo del siglo XXI. Es un
mundo lleno de “escuelas” que no educan, “hospitales” que no curan, “policías”
que con frecuencia son criminales, “empresas privadas” que solo existen gracias
al Estado o “ministerios de Defensa” que atacan a sus ciudadanos. Vivimos en un
universo plagado de instituciones que cumplen solo muy parcialmente con los
objetivos que justifican su existencia. Y de situaciones deliberadamente
diseñadas para engañar a los incautos.
Hace
unos días, por ejemplo, el Gobierno de Rusia anunció que mandaría “voluntarios”
a pelear en Siria (las comillas no son mías; así lo tituló The New York Times).
Estos “voluntarios” rusos en Siria son sospechosamente parecidos a los
“militantes nacionalistas prorrusos” que invadieron Crimea y que siguen en
guerra contra Ucrania. Y es que tanto los “voluntarios” rusos en Siria como los
“militantes” que atacan a Ucrania son, en realidad, militares rusos o
mercenarios en la nómina de Moscú.
Pareciera
que el Kremlin ha desarrollado una fuerte preferencia por usar “organizaciones
no gubernamentales-ONG” (así, entre comillas) para alcanzar objetivos militares
y políticos. NASHI, por ejemplo, es un “movimiento” de jóvenes rusos que se
declara “democrático, antifascista y en contra del capitalismo oligárquico”.
Todo va entre comillas porque en realidad esta ONG es un ente promovido,
organizado y patrocinado por el Gobierno ruso. Que no es el único que usa lo
que se ha dado en llamar ONGOG: Organizaciones No Gubernamentales Organizadas y
Controladas por Gobiernos. Ya en 2007 escribí: “La Federación de Asuntos de la
Mujer de Myanmar es una ONGOG. Y la Organización de Derechos Humanos de Sudán.
La Asociación de Organizaciones No Comerciales y No Gubernamentales de
Kirguizistán, igual que Chongryon, la Asociación General de Residentes Coreanos
en Japón, son ONGOG. Esta es una tendencia mundial, cada vez más extendida: gobiernos
que financian y controlan organizaciones no gubernamentales (ONG), muchas veces
a escondidas”.
En
países con gobiernos autocráticos o democracias iliberales también están
proliferando los “medios de comunicación privados e independientes” que en realidad
no lo son. Cadenas de radio, televisión, periódicos y revistas que son creadas
o compradas por “inversionistas privados” y que son nominalmente
independientes, pero editorialmente esclavas del gobierno que clandestinamente
las financia y controla.
En
estos países, el presidente, dictador o jefe de Estado también suele ejercer un
control clandestino, férreo, de “senadores”, “diputados”, “fiscales”, “jueces”
y de “tribunales electorales” que pasan por “árbitros imparciales” de
“elecciones democráticas” que con frecuencia son trucadas y fraudulentas. Por
eso, en Rusia, Irán, Venezuela o Hungría, por ejemplo, los conceptos de
“democracia”, “separación de poderes” y “elecciones” necesitan las comillas que
nos alertan de su disminuido significado.
Y no
son solo los países. El mundo de las organizaciones internacionales está
inundado de comillas. ¿Usted ha oído hablar del Consejo de Derechos Humanos de
la ONU? Su misión es la “promoción y protección de los derechos humanos en el
mundo”. ¿Sus miembros? Pues entre otros Cuba, Congo, China, Kazajistán, Rusia,
Venezuela y Vietnam. Otro ilustrativo ejemplo de lo indispensable que se ha
hecho el uso de comillas es la “Carta Democrática” de la Organización de
Estados Americanos (OEA).
En
2001, con gran pompa y emoción, los países democráticos de América Latina
acordaron que el “fortalecimiento y preservación de la institucionalidad
democrática” era una prioridad y que si en algún país miembro de la OEA se
producía una ruptura o alteración institucional que afectara gravemente el
orden democrático, ello constituiría “un obstáculo insuperable” para la
permanencia de ese gobierno en la institución. No ha sido así. No solo la OEA
no ha actuado cuando se han producido flagrantes violaciones al “orden
democrático” en diferentes países de la región, sino que tiene la seria
intención de incorporar a otro paladín de la democracia: Cuba.
Pero
quizás el país que más requiera de comillas para entenderlo es China. La China
del sistema “comunista” que se ha vuelto un pilar fundamental de la economía
capitalista del mundo. Y, por solo dar otro ejemplo, la China que ahora nos
obliga a ponerle comillas al concepto de “isla”. Tomó unas rocas en una zona
con soberanía muy disputada el mar del sur de China y las ha hecho “crecer”.
Así, en vez de ser inhabitadas e inhabitables rocas en el océano, ahora son
pequeñas “islas” donde Pekín ya ha instalado bases navales y aéreas.
¿Será
el siglo XXI el “siglo de las comillas”?
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