Por Vladimiro Mujica, 08/10/2015
Una de las demostraciones más dramáticas sobre el alcance del
aprendizaje ciudadano que debería haber ocurrido en Venezuela después de estos
15 años de demolición de la democracia y las instituciones del país, sería el
que la gente tuviera la convicción de que ciertamente es posible ganar las
elecciones a la Asamblea Nacional el próximo 6 de diciembre, y que es vital
hacer todo lo necesario para defender una eventual victoria, pero que al mismo
tiempo estuviese preparada para perder sin que se resquebrajara la unidad
opositora.
El asunto puede parecer un arranque de idealismo, o peor aún de
pendejismo, pero en verdad tiene un sentido práctico y político considerable.
Frente a un adversario inescrupuloso como la oligarquía chavista, decidida a
hacer lo que sea para mantenerse en el poder al tiempo que se protege
internacionalmente presentándose como defensora de los intereses del pueblo y
guardián de la democracia, es indispensable que la gente entienda que no hay
espacio para el triunfalismo, que éstas no son unas elecciones convencionales
en una democracia funcional sino una batalla épica ciudadana por la libertad y
la democracia.
Sin importar lo que digan las encuestas, la gente debe estar preparada
para actuar antes, durante y después del acto electoral. La mejor protección
para el liderazgo opositor es que la gente esté presente en los centros
electorales hasta que las actas hayan sido enviadas electrónicamente a la sala
de totalización y los testigos se puedan retirar protegidos con sus copias de
las actas.
Yo soy un convencido, por muchas razones que resultaría muy largo de
enumerar, que el fraude electrónico del que mucha gente ha hablado y que
permitiría cambiar los resultados electorales “en vuelo” por así decir, durante
la transmisión es una ficción peligrosa que le hace mucho daño a la resistencia
ciudadana. Por otro lado, el abuso continuado, la modificación de las
circunscripciones y la usurpación de identidad el mismo día de las elecciones
son riesgos reales. En particular, la usurpación de identidad puede ocurrir
durante cualquier momento del proceso electoral , y especialmente al final del
mismo, y es particularmente nociva porque es virtualmente indetectable excepto
a través de una auditoría detallada de los cuadernos. Algo que no está
contemplado en la auditoría relativamente sencilla que impone la ley electoral.
Ya es muy tarde para corregir el abuso de las autoridades electorales
en prohibir la inscripción de ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos
como Carlos Vecchio o María Corina Machado, o para intentar que se corrija el
despropósito de las modificaciones a las circunscripciones que no tiene otra
motivación que hacer costoso en votos al diputado de circuitos controlados por
la oposición y baratos a los diputados que el chavismo cree suyos. También es
tarde para que la oposición corrija el error importante de no haber organizado
primarias universales que hubiesen asegurado una buena dosis de entusiasmo y
compromiso de la gente con los candidatos.
Pero no es tarde para que el liderazgo opositor le hable claro al país
y lo entusiasme para ganar y al mismo tiempo lo prepare para perder. Pero que
en cualquier caso todos den lo mejor de sí mismos, de modo que la gente
entienda que si se pierde no sea porque no hicimos todo lo que teníamos que hacer.
Esta actitud incluye de modo determinante convocar a la gente para que esté
presente en el cierre de las mesas y en las auditorías públicas y abiertas que
la ley contempla. La invitación debe ser muy simple: Nos vemos a la hora del
cierre de las mesas. Que la elección del domingo 6 de diciembre ocurra como
nunca antes en nuestra historia con un despliegue de gente en los centros que
evidencie la voluntad democrática y de apego a la Constitución y las leyes de
nuestro pueblo, y que, al mismo tiempo, impida cualquier marramucia de última
hora.
Con su presencia mas allá de votar, el pueblo estará integrado con el
liderazgo del movimiento de la resistencia ciudadana. Así quizás finalmente
entendamos que las elecciones son decisivas, fundamentales, pero que es imposible
que el chavismo acepte unos resultados eventualmente adversos a menos que el
costo político de ignorarlos sea imposiblemente alto. En Venezuela tenemos una
penosa tradición de liderazgos que no le hablan con la verdad al país porque
temen que la gente se descorazone y no acuda a una manifestación o a una
elección. Pienso que habiendo resistido a quince años de imposiciones y de
destrucción del país, el pueblo venezolano ciertamente se ha ganado el derecho
a que sus líderes le hablen con claridad y con la verdad por delante. El
triunfalismo puede ser uno de nuestros peores enemigos porque nos hace
perezosos cuando es necesario estar en plena forma ciudadana.
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