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miércoles, 1 de julio de 2015

Proteger nuestra casa común, por Fernando Travieso y Magaly Irady

Fernando Travieso y Magaly Irady 30 de junio de 2015

«Laudato SI’», es la primera encíclica elaborada completamente por el Papa Francisco. Con tal nombre, rinde homenaje al Cántico de las Criaturas, de san Francisco de Asís, conocido como «Laudato SI’, mi’ Signore» (Alaba­do seas, mi Señor), en el cual, el “hermano de todas las criaturas de la naturaleza” nos recuerda que “nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una ma­dre bella que nos acoge entre sus brazos”.

En efecto, el pasado jueves 18 de junio, el Sumo Pontífice presentó a la prensa su tan esperada encíclica sobre el cambio climático, donde se refiere al calentamiento global como una amenaza para la humanidad que pone en peligro los avances en el combate a la pobreza y en la disminución de las desigualdades globales. Hace responsables del fenómeno a las actividades humanas y señala particularmente que, “la tecnología basada en com­bustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor me­dida, el gas– necesita ser reemplazada progresiva­mente y sin demora”.

Es ése precisamente uno de los puntos sensibles que toca la encíclica, toda vez que a pesar de las irrefutables pruebas aportadas por los científicos, todavía numerosos sectores —gobiernos y empresas que defienden intereses políticos y económicos— niegan la responsabilidad humana ante el fenómeno. En ese orden de ideas, el primer capítulo del texto, llamado “Lo que le está pasando a nuestra casa”, es un duro alegato sobre la interconexión entre la contaminación y el cambio climático, la mala gestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, la gran desigualdad entre regiones ricas y pobres y la debilidad de las reacciones políticas ante la catástrofe ecológica. En este punto, si bien el Papa imputa gran parte del problema a la avidez de las grandes compañías, también pone en evidencia “la debilidad de la reacción política internacional”, y es especialmente duro con los políticos que “enmascaran” los problemas ambientales o subestiman las advertencias de los ecologistas.

A lo largo de las casi doscientas páginas de esta encíclica dirigida a creyentes y no creyentes —rasgo totalmente novedoso en estos documentos cuyos destinatarios suelen ser los católicos—, el Papa Francisco plantea con claridad desafiante sus convicciones más profundas sobre el tema de la degradación ambiental, las cuales cuentan con el aval de reconocidos científicos que trabajaron largo tiempo asesorando al Pontífice. Algunas de ellas nos resultan particularmente importantes por la trascendencia de sus impactos geopolíticos, económicos y sociales.

En primer lugar, su certeza de que en el mundo todo está conectado, lo que “obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común”; interdependencia que significa que para afrontar los problemas de fondo, las soluciones deben proponerse desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países. En consecuencia surge, por una parte, una fuerte asignación de responsabilidades al liderazgo político y económico mundial, y por la otra, la imperiosa necesidad de un diálogo abierto y sincero que conduzca a acuerdos viables entre la política internacional y los poderes nacionales y locales, entre la política y la economía, y entre las religiones y la ciencia.

Otro de los aspectos polémicos por los cuales el Papa toma partido se refiere a quiénes deben afrontar los costos de la transición energética y allí no deja margen para la duda: los países más avanzados y ricos han sido y son los mayores contaminantes y deben responsabilizarse por ello. Francisco escribe: “La pobreza se concentra en zonas particularmente afectadas por el fenómeno del calentamiento global”, poniendo de manifiesto su convicción sobre la íntima relación existente entre los pobres y la fragilidad del planeta y su temor de que los impactos más severos del cambio climático probablemente recaigan sobre ellos.

A escasos días de su publicación, las repercusiones de este importante documento demuestran el prestigio y la autoridad crecientes del Papa Francisco, quien no por casualidad, pocos meses antes de la tan esperada Cumbre de París, a celebrarse en diciembre próximo, ha realizado su intervención ecologista para exigir responsabilidades a los políticos y empujar el debate en la dirección adecuada, en un foro donde las posibilidades de lograr un acuerdo global sobre la reducción de emisiones a fin de limitar el aumento de la temperatura global a dos grados Celsius para el final de siglo, no lucen muy elevadas.

Tampoco es casualidad que Jorge Bergoglio escogiera como inspiración de su papado el nombre de Francisco, el santo de los pobres —principales víctimas de las catástrofes originadas por el cambio climático—, quien vivía en permanente armonía con todas las criaturas de la naturaleza. Al parecer la forma de vida que permitirá “proteger nuestra casa común”.


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