Fernando Mires 11 de mayo de 2015
Con la sensatez que siempre lo
caracteriza, el escritor nicaragüense Sergio Ramirez decidió romper una lanza a
favor del presidente Manuel Santos en su artículo titulado: “Si quieres paz,
prepárate para la paz” (El País, 5.05.2015). Lo ha hecho en momentos en los
cuales arrecia el huracán de críticas contra Santos por seguir manteniendo
conversaciones con las FARC. Después de la masacre del Cauca con un saldo de
diez soldados muertos, los maleantes de las FARC han dejado, en verdad, mal
parado a Santos.
Pero el razonamiento de Ramirez es
claro: Citemos: “¿Qué hay al otro lado de la paz sino la guerra? ¿Cuál es la
propuesta de quienes quieren que el proceso de La Habana fracase? Porque si las
conversaciones se suspenden, lo único que habrá será más combates, más muertos,
más desplazados de sus hogares, más penurias y sufrimientos de la población
campesina”.
Concuerdo plenamente con Ramírez. La
política, él lo sabe, no es un lugar habitado por ángeles del Señor. Es por eso
que cuando tomamos partido a favor de una opción, no lo hacemos casi nunca por
la que más quisiéramos sino por la menos peor. Saber detectar donde está el mal
menor es responsabilidad de la inteligencia de cada cual.
“La política se hace con la cabeza y no
con otras partes del cuerpo”, dictaminó Max Weber. Dictamen válido para los
profesionales políticos pero con mayor razón para quienes comentamos los
avatares de la política.
Quizás ya ha llegado la hora de decirlo:
Los que opinamos por escrito seremos leídos por otras personas, entre ellas,
algunos jóvenes. Jugamos un papel, por mínimo que sea, en el proceso de
formación de opiniones. Eso obliga a pesar cada palabra, a ser responsable con
cada frase que escribimos. Y una de esas primeras responsabilidades parte de la
premisa sustentada por Ramírez: “¿Cuál es la otra propuesta?” No hacer esa
pregunta y escribir solo para dar rienda suelta a nuestras emociones, sería una
gran irresponsabilidad.
¿Cuál es la otra propuesta? Es la misma
pregunta que me he hecho al leer a diversos columnistas de la oposición
venezolana cuando atacan a la única organización política unitaria que tienen:
la MUD.
Naturalmente, cada uno está en el
derecho de estar a favor o en contra de algo. Si esos columnistas piensan que
la vía electoral conduce al fracaso, o si creen que hay que aplicar “diversas
vías de lucha”, es su deber formularlo. Pero también deben decir dónde están
las multitudes esperando ser convocadas a las calles. Dónde está el sindicato A
B o C. Dónde están los organismos de
masas, los comandos populares, las comunidades campesinas, la gente dispuesta a
morir por la patria, los generales demócratas. Si no lo dicen, cualquiera tiene
el derecho a pensar que esos columnistas no son más que una tropa de exaltados
mentales.
En los momentos límites de la política
los caminos no se “eligen”. Ahí se hace lo que se puede de acuerdo a lo que se
tiene. Llamar a las calles sin saber a quienes se llama y sin siquiera nombrar
a las próximas elecciones parlamentarias es, por decir lo menos, un acto de
enorme irresponsabilidad. Una tan grande como la de los críticos de Santos
cuando llaman a continuar la guerra.
Recuerdo, al escribir estas líneas,
cuando en una de las últimas reuniones de la fracción disidente del MIR chileno
en Concepción, pocos días antes del golpe de 1973, nos llegó una comunicación
del Partido Socialista de la región conteniendo un llamado a la insurrección
armada. “Esa gente está loca”, fue mi comentario. “Quizás no”, dijo otro.
“Quienes así escriben deben tener por lo menos a tres batallones al lado suyo”.
No tenían a ninguno.
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