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lunes, 18 de mayo de 2015

Obsesión de poder, @PolitikaUcab


Por Hector Briceño, 14/05/2015

“El poder es la capacidad de lograr que otros hagan lo que uno quiere. Poder es dominación”. Sin embargo, la razón de ser del poder es lograr hacer cosas: construir. Así lo explica el Padre Luis Ugalde en un artículo reciente publicado en el diario El Universal.

Desde la perspectiva de la ciencia política el poder se comporta de forma bastante parecida a la ley de la termodinámica según la cuál la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

El poder sirve para crear y construir. Y en ese mismo crear y  construir, el poder se deshace. Se disuelve. Aun cuando las cosas se hagan bien. Gobernar implica precisamente usar el poder para hacer algo, para construir y crear, pero al gobernar el poder tiende a desgastarse. Es por esto que en los sistemas democráticos se suele hablar de una luna de miel, un período de tiempo que viene luego del matrimonio (elecciones) en el que los nuevos gobernantes toman decisiones sin mucho costo político. No obstante, luego de un cierto tiempo (tres meses, seis meses, un año), los gobiernos y sus decisiones tienden a perder apoyo, a encontrar detractores y a ver decaer (en diferentes grados) tanto su apoyo como su capacidad de crear y construir. Es decir, ven disminuir su poder[1].

La democracia, en conocimiento de este fenómeno, ha previsto un mecanismo que le permite que, antes de que el desgaste del ejercicio de gobierno llegue a niveles excesivamente bajos, se renueve el poder. Las elecciones cada cuatro, cinco o seis años cumplen esa función.

Desde inicios del siglo XXI, hemos visto en Venezuela un gobierno con una tendencia a aumentar su ya de por sí extenso y basto poder. Y lo ha hecho quitando poder a otros actores. Por ejemplo, tiene mayor poder comunicacional porque ha adquirido nuevos medios de comunicación o porque simplemente ha obligado a estos medios a asumir su la línea comunicacional.

También ha aumentado su poder económico al expropiar empresas, así como declarar sectores económicos estratégicos y monopolios de estado. También al imponer mecanismos de control en todos los procesos productivos de empresas de diversa índole, sin mencionar el control cambiario que impone a toda la sociedad.

El gobierno también controla a voluntad la administración de justicia, la capacidad legislativa, la fiscalía, la contraloría y el poder electoral. Por supuesto, también detenta el derecho legítimo de usar la violencia para hacer cumplir las leyes, a través de los organismos del estado dispuestos para ello (policías, Fuerza Armada, etc.), al tiempo que ha disminuido competencias de policías municipales, reduciendo su ámbito de acción y posibilidades.

Sin embargo, obsesionado con el poder, el gobierno se ha preocupado fundamentalmente por acumularlo, usando el poder para incrementar su propio poder y no para crear y construir, renunciando a gobernar. Ha ejercido poder absoluto, eso sí, sobre sus adversarios, pero esto con el único fin de disminuirlos, de evitar que se conviertan en una alternativa real de poder.

Hemos visto, por ejemplo, un gobierno despreocupado por ejercer su legítimo poder sobre el tránsito para hacer cumplir las más elementales leyes. Al contrario, cuando intentó modificar las normas y hacer cumplir las leyes a los motorizados, temeroso de perder su apoyo, decidió simplemente no hacer nada. Ejemplos como este sobran en la Venezuela actual.

Pero renunciar al uso del poder tiene sus consecuencias. Una de ellas la hemos visto durante la última semana en el sector de San Vicente de Maracay, donde la ausencia de gobierno sostenido durante tantos años se hace ahora incontenible, obligando al uso de la violencia extrema.

Perder poder es consustancial a gobernar. Visto así, el largo período de popularidad que gozaron los gobiernos chavistas, se explica en parte por su renuncia a ejercer el poder. No haciendo nada, nada puede criticarse. Pero la inacción también tiene consecuencias, pues el poder acumulado en ocasiones cae en desuso y se vuelve obsoleto e inútil para solucionar problemas que con su omisión o inacción ayuda a gestar.

[1] Existen fenómenos (políticos, económico y sociales) que puede acelerar o frenar esto procesos. Por ejemplo, altos niveles de crecimiento económico pueden desacelerar el desgasta, así como crisis económicas tienen a acelerarlo. De igual manera, un sistema de partidos consolidado impone una barrera que contiene el desgaste, mientras partidos políticos con escasas y superficiales raíces en la sociedad permiten que el desgaste fluya sin mayor resistencia.


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