Fernando Mires 09 de mayo de 2015
Una de las dificultades que impiden a
algunos analistas entender la nueva política internacional de los EE UU reside
en el hecho de que muchos de ellos piensan con categorías de la Guerra Fría.
Pocos han captado que el fin de esa guerra no ocurrió como resultado de una
derrota militar del comunismo sino como consecuencia de su subdesarrollo en la
ciencia, en la técnica, en la cultura, en la política, en fin, en las ideas.
La Guerra Fría fue una guerra armada
pero también una guerra de ideas. No olvidemos que los partidos comunistas
europeos y los cientos de intelectuales que los apoyaban eran portadores de una
utopía fundada en una supuesta ciencia universal, el marxismo.
Según Antonio Gramsci la victoria del
socialismo solo podía ser lograda gracias al triunfo de las ideas socialistas.
Los intelectuales socialistas derrotarían a los del capitalismo, ese era su
convencimiento más profundo.
En un punto Gramsci estaba en lo cierto.
En política la razón de la fuerza no puede imponerse a largo plazo sin la
fuerza de la razón. Donde evidentemente Gramsci se equivocó fue en su creencia
-en el sentido religioso del término- de que las ideas socialistas eran
superiores a las demás.
Mérito de Gramsci fue entender que, para
que tuviera lugar una lucha de ideas, era necesario aceptar la existencia de un
espacio democrático. Lo que no logró entender fue que la creación de ese
espacio significaba de por sí una derrota de las ideas representadas por el
socialismo de las dictaduras estalinistas. Fue – qué ironía- la aceptación de
ese espacio la razón que llevó al PC italiano a romper con el marxismo soviético.
Así, el triunfo final de los intelectuales disidentes sería el de las ideas
democráticas anti-soviéticas. La derrota hegemónica del comunismo precedió a la
caída del muro.
Recordar hoy esos momentos tiene
importancia. Si analizamos la actual política internacional de EE UU podremos
observar como Obama ha asumido no pocos elementos objetivamente gramscianos.
Pues así como Gramsci creía en la superioridad de las ideas socialistas, Obama
cree -en el sentido no religioso del término- en la superioridad de las ideas
democráticas. Al igual también que el filósofo italiano piensa en que una
dominación militar sin hegemonía de las ideas está destinada al fracaso (de
hecho, fracasó durante Bush) Y no por último, Obama sabe que sin la creación de
un espacio de diálogo con sus potenciales enemigos, no puede haber guerra de
ideas.
Si pensamos a partir de la lógica de la
guerra de las ideas, podemos entender mejor el momento que llevó a Obama a
acercarse a Cuba. Esa decisión fue
tomada cuando el régimen de los Castro ya no contaba con apoyo de ideas ni
fuera, ni dentro del país. Habiendo perdido en la guerra de las ideas, perdió
su legitimación política continental y nacional. Lo otro vendrá después. El
régimen venezolano deberá seguir el mismo camino. Cada vez está más aislado del
mundo.
PS. La relación entre Obama y el
pensamiento gramsciano no es especulativa. La obra central de Joseph Nye, Jr.,
Soft Power (2005), está basada en una reconstrucción del pensamiento gramsciano
aplicado a la política internacional. Nye fue asesor de Clinton y hoy es uno de
los expertos más influyentes en la administración Obama
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