Américo Martin 08 de mayo de 2015
La legitimidad, la aceptación colectiva
nacional e internacional que cualquier gobierno necesita puede obtenerse por
varias vías, pero subrayemos dos, precisamente las más corrientes. La primera
es el voto mayoritario, fuente constitucional del poder. Sin embargo, suele
suceder que frente a las complejidades del ejercicio del mando se requiera
complementar la mayoría con el consenso en áreas fundamentales sobre todo en
tiempos de crisis aguda.
La segunda fuente de legitimidad es
precisamente esa, el consenso. Si la mayoría a secas proporciona la legitimidad
de origen, la segunda ha de ver con la legitimidad de ejercicio o desempeño.
Disponer de más votos y conformarse con eso suele ser el método de las
democracias autocráticas, que no reconocen los derechos de las minorías ni
respetan la dignidad ni las opiniones de los grupos estamentales, gremiales o
políticos. Ganar elecciones y abrir espacios para la colaboración de los
derrotados es una manifestación de sabiduría política, es el arte de la
conducción que preserva la estabilidad y aprovecha la capacidad del adversario
electoral.
Las sociedades democráticas promueven y
necesitan áreas de consenso, mientras más mejor. De allí que el diálogo sea
para ellas connatural. El diálogo supone respeto a la libre expresión, a las
libertades y derechos fundamentales. No es una concesión graciosa. Es un
reconocimiento de la realidad, que es en sí misma plural. Al hostigar los demás
pensamientos, los autócratas –así no lo sepan- llevan la muerte en el alma. La
imposición de la voluntad única es su flanco débil por la sencilla razón de que
toda sociedad es plural.
Vamos a poner en escena estas
reflexiones. La legitimidad buscada por los gobiernos democráticos desde 1958
en adelante se basó en la articulación democrática de los principios de mayoría
y consenso. Mayoría de votos y acuerdos consensuales. El Pacto de Punto Fijo
encarnó durante varios períodos ese acuerdo básico salvador. En cambio el
proceso iniciado en 1999 por el presidente Chávez relacionó su estabilidad, su
legitimidad, con la mayoría a secas, todas las restantes corrientes fueron
excluidas, acosadas, perseguidas. En la medida en que impuso la lógica de las
armas, la exclusión y la violencia, aquella democracia “de origen” fue
desaguando su contenido para negarse a sí misma como democracia “de ejercicio”.
-Con el enemigo o la burguesía o la
derecha, no se negocia, bufó el nuevo gobernante.
El presidente Maduro ha atormentado a
todos los estamentos y a su propia militancia. No tiene mayoría y cuando
extrema la violencia física o verbal para tratar infructuosamente de
reimponerla, la piel se le adhiere al hueso. Es su drama. ¿Perdió la
legitimidad de origen? Probablemente sí, pero es eso lo que se encargará de
poner en claro la elección parlamentaria que viviremos este año. Es el
horizonte iluminado abierto a un gran cambio democrático, que exige de la oposición
corazones ardientes, no obstante “gobernados” por la cabeza; cabezas, por
cierto, muy frías.
Los disparates de Maduro y los repetidos
episodios tragicómicos que lo han envuelto en días recientes revelan
descarnadamente el deterioro cancerígeno del país, e impiden avizorar medidas
oficiales susceptibles de moderar sus manifestaciones ulcerosas.
– Cuando uno está en un agujero-
recordaba el expresidente Bill Clinton en interesantes Memorias- lo primero que
debe hacer es dejar de cavar. El problema de las angustias es que en lugar de
valerse del diálogo para escapar del foso, ha seguido cavando. Se hunde por
propia decisión. Pudiera orientarlo el esfuerzo raulista de convertir al
histórico enemigo, en amigo. Raúl elogia la honradez de Obama, en tanto que
Maduro (¿forzado por la lucha interna?) sigue enredado en los temas de la
invasión, el magnicidio y demás zarandajas. Pero su espacio de maniobra es
crecientemente limitado. Había prometido a su gente “radicalizar” la revolución
y cuando anunció el 30% más irritante que se recuerde en los anales de las
promesas desarboladas, se le armó la de San Quintín, mangos y pañales
incluidos.
Ignoro si ha pensado en restablecer
alguna forma de diálogo. Podría estar situado en la encrucijada de buscarlo al
precio que fuera. Si así ocurriera, la agenda de semejante diálogo nos hablaría
de la seriedad de tal acercamiento al “enemigo”.
De negociaciones interpolares mucho se
puede aprender. Recordaré uno entre de los más sorprendentes:
Solo y en secreto llega Nixon a la China
de Mao. Dick va solo. La insólita aventura podría salir mal, lo que arruinaría
su crédito y su propia estabilidad.
Amante de la épica gringa del Far West,
intenta una ación increíblemente audaz. El héroe solitario, el vaquero de lo
desconocido. Wayne, Ladd, Fonda.
Lo trasladan a una residencia
clandestina. El presidente del país más poderoso del orbe en manos de su
oficialmente peor enemigo. Chou lo rodea de ayudantes. Entre amabilidades el
diálogo progresa. De repente:
– Discúlpeme presidente. Debo atender
un compromiso. Al regresar coronaremos nuestra histórica reunión
No es lo usual pero el enorme impacto
planetario del esperado logro compensará todo. Observa escucha a Chou en
televisión.
– ¡El imperialismo yanqui es el peor
enemigo de la Humanidad!
El hombre se desploma.
– ¿Y ahora qué hago? Me despellejarán
en Washington.
Entra Chou, con amplía sonrisa.
– ¡Adelante, cambiaremos la Historia
del mundo! Usted, presidente, dio el paso fundamental!
– Pero … no entiendo. Su discurso fue
incendiario.
– Ah, crea en lo que hago, no en lo
que digo.
Tortuoso pero cierto. Lo que hizo, lo
sabemos. Lo que dijo, lo olvidamos.
A Chou se le creyó porque los hechos
hablaron por él.
¿Y tú, Maduro, seguirás en el paraíso
perdido?
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