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domingo, 10 de mayo de 2015

¿Cómo jugara el gobierno en la próxima elección?, @benalarcon



Por Benigno Alarcon, 07/05/2015

Hoy, la continuidad del proyecto oficialista dejó de ser viable políticamente, razón por la cual la tendencia al deterioro de su legitimidad es ya indetenible.  Si el gobierno gana las elecciones, así sea por un margen muy estrecho, el gobierno buscará su estabilización mediante su autocratización, lo que reducirá de manera significativa cualquier posibilidad de un cambio en el poder por la vía electoral. Pero de perderse la elección dos cosas pueden suceder…

Hoy en día todos los estudios, incluido los de nuestro Centro de Estudios Políticos, dan una ventaja significativa a la oposición sobre el gobierno de cara a una próxima elección legislativa, cuya fecha aún desconocemos. De mantenerse esta tendencia la oposición tendría, por primera vez en 16 años, la oportunidad de lograr un triunfo aplastante sobre el oficialismo.

El fin de semana pasado asistí al XXVIII Seminario Anual del Grupo Jirahara, un esfuerzo especialmente meritorio de sus organizadores en un país en el que casi nada supera sus primeros años. En este seminario se habló, entre otras cosas, de los escenarios políticos, y una pregunta recurrente fue: ¿Y si perdemos?, a la que la respuesta resultaba fácil por obvia después de muchos procesos previos que la contestan: Pues seguimos adelante como hasta ahora hemos hecho. Pero por el contrario, la pregunta que a mi más me preocupa es: ¿Y si ganamos?

Esta pregunta, aunque podría parecer necia, no lo es por dos razones. La primera es el hecho de que Venezuela es gobernada hoy en día por un régimen autoritario de naturaleza híbrida que ha venido utilizando los mecanismos electorales para alcanzar y mantenerse en el poder. Como suele suceder, la legitimidad electoral no es para siempre y hoy las elecciones representan más bien es un riesgo para el mantenimiento del poder porque se perdieron las ventajas competitivas que otorgaban la confluencia de un líder carismático como Chávez y el inmenso flujo de recursos que un barril a más de 100 hacía posible para el sostenimiento de una inmensa red clientelar. Lo segundo es el hecho de que si bien ningún autoritarismo tiene vocación alternativa, al contrario de las democracias, para los actores principales del gobierno venezolano el mantener el poder es ya un asunto de supervivencia ante el temor de que su pérdida pueda traducirse no sólo en la salida de un cargo, sino en costos mucho más elevados que pueden implicar investigaciones sobre el origen de la fortuna personal acumulada durante años en el ejercicio público, la responsabilidad por decisiones tomadas desde sus cargos, juicios y persecución internacional por corrupción y violaciones a los derechos humanos, que además tienen jurisdicción internacional y jamás prescriben.

Todo régimen híbrido, como el de Venezuela, al enfrentarse a la coyuntura en la que la pérdida del poder es una posibilidad real, se ve obligado a resolver el dilema entre los costos potenciales de tolerar un posible triunfo de la oposición y la pérdida parcial o total del poder, y los de mantenerse en el poder por mecanismos distintos a la legitimación electoral, lo que puede implicar el uso de la fuerza con consecuencias en pérdidas económicas y, en ocasiones, hasta en vidas humanas. El régimen venezolano, ante un balance con enormes costos de tolerancia o salida del poder y costos moderados de represión, sobre todo a partir de la desmovilización de la protesta social a partir del 2014, ha dado señales evidentes de estar involucionando hacia una mayor autocratización, en un intento por estabilizarse y hacerse menos dependiente de la base electoral que durante los primeros años constituyeron el fundamento real de su poder.


Ante este escenario, que se percibe desde el poder como de inmensos costos de tolerancia tanto para el gobierno como para la Fuerza Armada, y de aun bajos costos de represión, gracias a la desmovilización social que se mantiene como consecuencia de una represión que, más que por efectiva por visible, ha tenido un importante efecto disuasivo, cabe preguntarse cómo podría jugar el gobierno en el tablero de esta próxima elección. En este sentido, las estrategias del gobierno podrían dividirse en tres categorizas:

  1. Estrategias para intentar ganar la elección
  2. Estrategias para postergar la elección
  3. Estrategias para reducir los costos de perder la elección


1. Estrategias para ganar la elección

Siendo el caso que al día de hoy esto luce como una posibilidad remota para el gobierno, es fácil suponer que entre los esfuerzos de éste existe el de un monitoreo constante de las variables que pueden significar un cambio de escenario que permitiese su triunfo, al tiempo que se diseñan con anticipación estrategias alternativas para postergar la elección o reducir los costos de una posible derrota.

Al día de hoy, lo que hemos visto es el desarrollo de algunas jugadas orientadas a tratar de ganar las elecciones que se focalizan en:

  • La activación de la base electoral oficialista: Para ello se trabaja en imágenes y mensajes que tratan de recuperar y posiciones la identidad y lealtad chavista, al tiempo que se intenta cohesionar a los menos identificados con el gobierno en base a la confrontación y el miedo a los adversarios internos y externos del proceso y de la Patria, y la generación de una mitología sobre las terribles consecuencias de un triunfo de la oposición, a los fines de intentar una nueva re-polarización. En este estrategia, las elecciones primarias del PSUV jugarán un rol importante para identificar los niveles de lealtad y ajustar la maquinaria oficialista en cada circuito electoral.
  • La abstención de la oposición: Las estrategias orientadas a lograr este objetivo se basan, entre otras maniobras, en dos mecanismos principales, el miedo y la desesperanza. El miedo a votar por la oposición se explota desde la creación de una mitología sobre la inexistencia del secreto del voto, que se alimenta con mensajes como: Sabemos como votas, la campaña “Deja tu huella” del CNE, y los ojos de Chávez, detrás de lo cual se insinúan las consecuencias individuales de votar en contra del gobierno en un país donde la comida, las medicinas, la educación, el trabajo, entre muchas otras cosas, dependen de la mano “generosa” del gobierno. En relación a la desesperanza, el gobierno, mediante el uso de su enorme maquinaria comunicacional trata de inocular el desaliento hacia un votante de oposición que no cree que, aún siendo mayoría, el gobierno pueda ser desplazado. Lamentablemente, a estas alturas, la oposición perdió una muy buena oportunidad para activar la movilización de su voto mediante la celebración de unas primarias exitosas que ahora solo servirán para que el gobierno aproveche los contrastes en la movilización y participación de unos y otros. Afortunadamente, aún es posible que la distancia entre primarias y elecciones atenúe el efecto que ello tendrá sobre el ánimo del electorado.
  • Una tercera estrategia, no excluyente de las anteriores, pero menos atractiva, sería la inhabilitación de algunos candidatos y partidos en fechas cercanas a la elección legislativa, lo que hace siempre difícil y conflictivo sus reemplazo desde la oposición, pero genera también el riesgo para el gobierno de que el voto se consolide en torno a sus reemplazos opositores, tal como sucedió en el caso de la inhabilitación de los alcaldes Scarano y Ceballos en el 2014.
  • Una última estrategia a la vista que puede terminar teniendo un efecto más determinante en el resultado final de la elección es el de la diversificación del voto opositor. Una tendencia presente que está siendo identificada por todos los estudios de opinión pública es la despolarización y la desafiliación política lo cual, en una elección que, como la legislativa, se disputa no a nivel nacional, sino a nivel local entre candidatos múltiples y poco conocidos por la mayoría de los electores puede introducir importantes variaciones en los resultados esperados. Si bien es cierto que este proceso electoral nos llega en medio de una coyuntura muy desfavorable para el gobierno, en la intención del voto opuesto al gobierno duplica el que se manifiesta a su favor, el voto opositor puede dispersarse entre múltiples alternativas que tratarán de capitalizar el hecho de que el país no se encuentra polarizado entre dos tendencias, chavismo y anti-chavismo, sino en al menos tres grupos, entre los cuales el tercero, o sea aquellos que no simpatizan con el gobierno ni con la oposición viene creciendo gracias a la desafiliación que se viene produciendo de entre las filas de ambos polos, aunque de manera mucho mas importante del lado oficialista. Si a este tercer polo se le pone hoy a escoger entre oficialismo (o madurismo) y oposición, no hay mucha duda de que la balanza se inclinaría favorablemente hacia la oposición, como voto castigo a la mala gestión del gobierno. Pero esta ventaja, hoy significativamente amplia, puede reducirse de manera importante en la medida que se le ofrece a este tercer grupo, que preferiría algo distinto al gobierno y a la oposición, alternativas que hagan mayor resonancia con su posición critica hacia los extremos. Es así como resulta fácil anticiparse a que el CNE facilitará la ampliación de la oferta electoral a fin de reducir el número de electores que, habiendo retirado su apoyo al oficialismo, materializarían su descontento votando por la oposición.


A estas estrategias, obviamente, hay que sumar todas aquellas que ya forman parte del repertorio electoral tradicional del ventajismo oficialista, tales como el control cada vez más estricto sobre los medios de comunicación, el uso de recursos públicos, el abuso de las cadenas presidenciales, la presión sobre empleados públicos y cualquier beneficiario del gobierno, la compra de votos, la movilización forzada y el mal llamado “voto asistido”, entre otras malas prácticas que nos son excluyentes sino complementarias de las anteriores.

2. Estrategias para postergar la elección

Estamos entre quienes pensamos, aunque muchos lo consideran imposible, que la suspensión temporal de las elecciones en espera de un momento mejor, tal como hizo Chávez con el referéndum revocatorio del 2003, perdón del 2004, es una alternativa altamente probable si después de monitorear la evolución de las preferencias no se evidencia una reversión significativa de las actuales tendencias.

Si bien es cierto que la suspensión temporal de elecciones seria una clara muestra de debilidad con altos costos políticos para el gobierno, la realidad es que apostar en una elección con todos los números en contra es una jugada de mayor riesgo y costo que su suspensión.

A tal fin, lo que si resulta esencial para reducir los costos de una suspensión de elecciones, es la justificación de tal decisión. En este sentido, no deja de llamar la atención que el Consejo Nacional Electoral, quizás en base a la probabilidad de este escenario, ha preferido no convocar a la elección, lo cual hace mucho más fácil, “por ahora”, la postergación de un evento que, a los fines legales, no ha sido aún convocado.

En cuanto a la justificación, ponga el lector su imaginación a volar y se encontrará con que aquí caben desde los magnicidios frustrados hasta atentados construidos para perseguir a la oposición o culpar a otros países, pasando por escenarios más realistas y menos complicados, como el de dejar que la crisis continúe su rumbo y haga su trabajo, a fin de que con los primeros hechos de violencia, consecuencia común de las situaciones de supervivencia, se generen las razones que permitirán justificar la adopción de medidas especiales y la suspensión de garantías, y con ello del proceso electoral hasta lograr la normalización de las condiciones, lo cual usted y yo sabemos que no se logrará en sesenta días.

3. Estrategias para reducir los costos de perder la elección

Finalmente, y no por coincidencia lo mencionamos de último, quedan aquellas estrategias que permitirían el gobierno reducir el costo de perder la elección. Colocamos éstas de último por ser ellas las que implican mayor incertidumbre para quienes ocupan hoy el poder.

Como decíamos anteriormente, la próxima elección no es simplemente una elección legislativa, que ya sería muy importante en condiciones normales, sino mucho más. La elección legislativa, junto a la muerte de Chávez, pueden constituirse en los dos puntos de inflexión y quiebre mas importantes de este proceso y en el inicio de una nueva etapa que dará como resultado final la evolución hacia una nueva democracia o la involución hacia un autoritarismo hegemónico, con lo que ello implica.

Hoy, la continuidad del proyecto oficialista dejó de ser viable políticamente, razón por la cual la tendencia al deterioro de su legitimidad es ya indetenible. Si el gobierno gana las elecciones, así sea por un margen muy estrecho, el gobierno buscará su estabilización mediante su autocratización, lo que reducirá de manera significativa cualquier posibilidad de un cambio en el poder por la vía electoral. Pero de perderse la elección dos cosas pueden suceder, una, sobre la cual escribiéremos en detalle en un próximo articulo es el desconocimiento de los resultados reales y la imposición por la fuerza de un resultados oficial. La segunda es la aceptación del resultado asumiendo el riesgo de sus potenciales consecuencias, entre las que estarían la aceleración de la deserción entre sus aliados, partidarios y electores más leales y la necesaria apertura para el gobierno de un espacio para negociar el cambio político.

Es predecible que de aceptarse el resultado de una derrota, el gobierno intentará, en un primer momento minimizar el efecto de la pérdida de la Asamblea, bien sea generando instituciones paralelas que le sirvan de contrapeso, o atrincherándose en otras existentes, como el Tribunal Supremo de Justicia, a fin de neutralizar sus decisiones. Si bien esto puede poner algunos obstáculos en el camino de la oposición hacia el poder, es también predecible que el peso político de una derrota no será ignorado por los actores esenciales que sostienen al régimen en el poder, y es muy probable que esa reducción de costos de una derrota comience a canalizarse en la búsqueda de acuerdos entre aquellos actores en cuyas manos esta la posibilidad de facilitar un cambio político, siempre y cuando los costos de tales cambios sean tolerables para estos últimos.

Y como se nos terminó el espacio hace ya un rato, veamos en nuestra próxima columna lo que hemos llamado el dilema del prisionero en la acción colectiva, y cómo ello determinará la suerte de la próxima elección.

Feliz fin de semana.


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