Carlos Raúl Hernández 11 de mayo de 2015
Hoy la política está muy lejos de la
ilusión de trompetas de Jericó que suenan y derrumban
Con descargas de desprecio ciertos
grupos semiilustrados zahieren la pasividadde la gente que sufre la mayor furia
de la tormenta. Reaccionan contra los que hacen cola, los bachaqueros, los
raspacupos, los que cobran misiones, todos productos perversos de la
revolución. Pero la sátira de mayor voltaje es contraun pueblo sumiso que
acepta pasivamente las humillaciones y no reacciona. Los desprecian porque son
ignorantes, abúlicos, sin recordar que la caída de la democracia fue obra de
los más ilustrados, ricos y famosos. En su desconocimiento del complicado
mecanismo que hace movilizarse a grandes contingentes humanos, hasta llegaron a
acariciar la repetición de algo tan tenebroso como el caracazo de 1989. Pensar
que pueden producirse pobladas avolonté del interlocutor ocurrente, y que quien
no lo intenta es traidor, define al insurreccionero ingenuo.
Carece de elemental entendimiento de lo
político. Cree en el sortilegio delestallido social, que solo requería una
chispa -como el cerro Ávila en sequía- que saltaría del choque de los
colectivos con estudiantes de bachillerato. Con el big bang el país entero
saldría a las calles y ¡colorín colorado, este cuento se ha terminado! Ni
siquiera entendieron su propia experiencia. Como consecuencia de los sucesos de
2014, 77% declara que no le interesan las protestas y 88% del país rechaza las
guarimbas. Los estallidos de cólera colectiva se producen esencialmente por
azar, por cisnes negros que nadie podía prever ni menos disponer. La misma
ingenuidad se empeña en el disparate de que los comentados incidentes de
Caracas en 1989 los prepararon las insignificantes organizaciones radicales de
la época, interpretación frente a la que lo único que cabe es el asombro.
Nadie
quiere disturbios
Durante el célebre paro petrolero
(2002-2003) por espacio de 45 días, millones de personas estuvieron en
efervescencia y no lograron más que el trágico retroceso de las fuerzas
democráticas, al dar excusa al despido de 23 mil trabajadores de Pdvsa,
mientras a Carlos Andrés Pérez lo derrocó una conspiración de elites
perfumadas, sin calle, gota de sudor, ni tetraetilo de plomo. La confusa
digestión de lo ocurrido en la primavera árabe les hace pensar que el secreto
es calle, calle, calle, como aún musitan algunos caídos del chinchorro, aunque
fueron golpes militares y guerras civiles. Sacar muchedumbres a manifestar
cuesta muchos esfuerzos y dinero y por eso tienen que convocarlas, mutatis
mutandis, factores con poder orgánico suficiente. Hoy la gente carece de
mecanismos para hacerlo, porque el odio antipolítico de Fuenteovejuna regaló
las instancias que materializaban ese propósito.
La “constituyente” castradora comenzó a
desarticular la sociedad organizada, y los antipolíticos de derecha e izquierda
-y más de un político confundido- descorcharon champaña a la caída del Gobierno
en 1993, y luego del Congreso, los partidos y sindicatos corruptos, y las
sucesivas agresiones y campañas de descrédito a organismos empresariales.
Medios de comunicación hoy perseguidos, participaron en la persecución chavista
contra el sistema político organizado y fueron fundamentales para esos planes
revolucionarios. Se habló de las comadronas del golpismo. El país mayoritario
votó consecutivamente por freír cabezas y liquidar el puntofijismo. La
participación y la movilización en la política moderna están muy lejos de la
ilusión de trompetas de Jericó que suenan y todo se derrumba.
Derrumbe
por trompeta
Así quieren cumplir la máxima de
Horacio: “cuando el mundo se desplome caminaré impávido sobre sus ruinas”. No
fue ni es así. El partido político cuyas funciones son proselitismo,
organización y comunicación en todos los rincones, ciudades, municipios,
aldeas, y crear núcleos permanentes, es lo que puede movilizar. En el pasado
AD, Copei, el MAS, Causa R eran la voz de muchos y rebozaban plazas públicas.
Hasta el galáctico, el rey de la antipolítica de izquierda, tuvo el cuidado de
ganarse al “chiripero” que había apoyado a Caldera para construir con él su
propia maquinaria. Luego los liquidó porque ya no le servían y por el contrario
eran una molestia, como cuando Istúriz intentó hablar duro en el episodio de
“se fumó una lumpia”. Acabó con el MVR y creó el PSUV, que más que un partido
con jefes poderosos y autónomos es una secretaría de movilización del caudillo
(de turno).
Se atribuye esto a su condición
carismática, lo que le facilitó sin duda concentrar todo el poder -con apoyo
colectivo para ese fin- y la colaboración de los errores antipolíticos. El
contexto democrático y el partido moderno están concebidos para impedir el
hiperpoder, y otros líderes carismáticos como Mitterrand, Clinton, Felipe
González, Alan García, Álvaro Uribe no fueron autócratas, aunque uno que otro
tuviera ganas. Para que la gente proteste, marche, luche democráticamente,
tendrán que volver fortalecidas las organizaciones partidistas, sindicatos,
gremios, núcleos de barrios, formaciones de la sociedad civil verdadera, que
trabajan día a día en la base de la sociedad. Basta de alimentar mitos
mesiánicos, insurreccioneros, rapidistas, y despreciar a mujeres y hombres que
sobreviven y luchan para dar de comer a sus hijos, porque no hagan caso a
griterías de diletantes.
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