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miércoles, 1 de abril de 2015

Reflexión a tres tiempos: los meandros críticos de la Modernidad, por @ysrraelcamero




Ysrrael Camero 01 de marzo de 2015

Aprovechamos esta semana para colocarnos en la frontera entre la reflexión histórica, la antropológica y la filosófica. Continuidad y cambio, persistencia y ruptura coexisten en toda dinámica de transformación histórica. Nada muere por completo, nada vive para siempre. El devenir de la historia humana puede ser percibido de manera diversa si se intenta recorrer las pervivencias escondidas bajo la superficie cambiante, así como podemos percibir las transformaciones que lucen evidentes.

El reto del cambio climático y de las fronteras de la civilización tecnológica, el auge del fundamentalismo religioso, la crisis de representatividad de las democracias otrora consolidadas, las crecientes desigualdades sociales y económicas, el cambio tecnoeconómico que supera las tradicionales fronteras estatales son fenómenos que nos hablan de tensiones en el proyecto histórico de la Modernidad que enfrentamos en la actualidad.

LOS TIEMPOS DE LA HISTORIA

Es importante observar, más allá de los acontecimientos concretos, los movimientos profundos en diversos niveles. El historiador francés, Fernand Braudel señalaba, hace algunos años, en su “La historia y las ciencias sociales” que la historia humana se movía al mismo tiempo a tres velocidades distintas, repasemos un poco.

En la superficie se encuentran los acontecimientos concretos, la «histoire événementielle», que podemos seguir por titulares de prensa y por twitter, un caótico amasijo de informaciones que parecen relativamente aisladas o vinculadas con poco sentido y racionalidad, ascienden y caen los gobiernos, entran y salen ministros, emergen y se disuelven autodenominadas “revoluciones”. Si nos atenemos exclusivamente a este flujo entenderemos poco, siendo posible que pasemos abrumados del anonadamiento a la confusión, de la euforia a la depresión. Para afrontar este cúmulo caótico de información necesitamos percibir una segunda línea de tiempo por debajo de la plétora de acontecimientos, debemos atender a la coyuntura.

Las tendencias que pueden ser rastreadas a lo largo de un tiempo de mediana duración, lustros o décadas, suficiente tiempo para que lo percibamos cambiando a lo largo de nuestra vida, pueden ser percibidas como coyunturas. Probablemente la emergencia de las nuevas tecnologías de información y comunicación, los cambios en la vida cotidiana vinculados a las nuevas redes sociales telemáticas, la explosión de internet, el vaivén geopolítico y geoconómico de Rusia, el crecimiento del precio del petróleo durante las últimas décadas, el despuntar de los BRICS, incluyendo el ascenso de China y de la economía del Pacífico, pueden ser percibidas como importantes coyunturas presentes. Son procesos, tendencias, que rastreamos debajo del titular, que los economistas y sociólogos perciben con facilidad. El ascenso y declive de la Venezuela petrolera puede ser percibida desde la perspectiva de la coyuntura histórica, desde el mediano plazo. Generalmente el grueso de las decisiones de inversión a largo plazo siguen de cerca estas coyunturas, la tendencia más que el acontecimiento.

Pero aún nos falta un tercer nivel de percepción histórica, debajo de la coyuntura se encuentra la estructura, el  magma de los cambios que se mueve bajo nuestros pies. Son tendencias seculares, que pueden ser rastreadas a lo largo de los siglos, las lentas transformaciones y las profundas permanencias, la continuidad cotidiana de las mentalidades, en este nivel el tiempo avanza con mucha lentitud, pero de manera inexorable, indetenible, como el agua que lentamente construye un cañón en la piedra, como el glaciar que penetra en la roca y crea montañas. En tiempos de la historia humana el proceso de ascenso de la civilización industrial, el proyecto histórico de la Modernidad, con su racionalidad paradójica, con su individuo soberano y su horizonte inalcanzable, con su vértigo, el ascenso y crisis del Estado Moderno como forma de organización del poder pueden ser vistos en este nivel de análisis.

La historia estructural, la lectura de largo plazo, nos lleva a percibirnos como Humanidad, nos obliga a vernos como humanos, porque las fronteras nacionales, las historias particulares de las sociedades, forman parte justamente de un tejido humano. A este nivel emergen, se desarrollan y desaparecen naciones, imperios, Estados, ciudades, etc.

Tener la capacidad de percibir al mismo tiempo los distintos niveles del tiempo histórico que se ocultan bajo el acontecimiento nos ayudará a comprender mejor la sociedad y sus cambios, encontrar nuestro lugar, nos ayuda a determinar el rol histórico que podemos desarrollar, nos ayuda a darle forma al caos, a obtener energía para superar las crisis, para colocar nuestras acciones en una dirección trascendente. De esta manera la conciencia histórica se articula con la conciencia política, la vocación por comprender y hacer comprender se enlaza con la vocación por transformar la realidad, por darle forma al futuro.

MODERNIDAD, REPÚBLICA, DEMOCRACIA… Y TERRITORIO

Quizás el proyecto democrático constituye la expresión más reciente de estas grandes macrotendencias, inserta dentro del proyecto histórico de la Modernidad, pero con personalidad propia, con su acumulada experiencia de procedimientos, de flujos y reflujos, que apenas acumula doscientos años de humano aprendizaje. El largo andar de la cultura autoritaria, que recorre dominante miles de años de la historia humana, es asimismo parte de una macrotendencia, viva aún entre nosotros. Esta historia nos acompaña hoy.

La crisis actual del paradigma de la democracia realmente existente se enmarca entonces dentro de una tensión fundamental del proyecto histórico de la modernidad, la construcción del sujeto moderno, la lucha humana por la autodeterminación y la autonomía, entendido como un proyecto colectivo de liberación, que hace del individuo racional, dueño de su destino, su meta y realización. Esa tensión se expresa también en la percepción del agotamiento del Estado como concentrador del poder humano hecho política.

No hay democracia, entendida como forma de ejercicio efectivo de poder marcada por la igualdad, sin una territorialidad vinculada. La transformación cultural, económica y social derivada del cambio tecnológico, lo que se denomina globalización, ha alterado la territorialidad tanto del poder real como de los sentidos de pertenencia. La modernidad ha avanzado a través de grandes movimientos colectivos, que expresan la vocación gregaria de la acción humana, incluso en la constitución de su sujeto individual, que se construye vinculado, no aislado.

¿Podrá la democracia realmente existente sobrevivir a la superación o agotamiento del Estado? ¿Pudo acaso superar el experimento democrático griego la disolución de la polis? ¿Pudo acaso la República romana superar la conversión de la urbe en orbe imperial? ¿Cómo puede avanzar el proceso de autodeterminación humana, de autonomía, al disolverse la territorialidad del ejercicio del poder? ¿Puede la democracia sobrevivir a las crecientes desigualdades económicas al convertirse ellas en un desigual acceso al poder efectivo, a la tecnología?

La exploración de estas interrogantes nos lleva a ubicar mejor las luchas actuales, que serán las generadoras de las formas políticas, económicas y sociales del mundo futuro. Eso supera, pero integra, el drama concreto venezolano, insertándolo dentro de la lucha humana por la autodeterminación, proyecto que se expresa plenamente en la modernidad, en las nociones y prácticas de la República y de la ciudadanía democrática. Hacernos las preguntas correctas, explorarlas con la mente abierta, nos puede conducir a que el futuro que construyamos se parezca un poco más a nuestros sueños y un poco menos a nuestras pesadillas.

Ysrrael Camero

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