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miércoles, 10 de diciembre de 2014

NAPOLEÓN VS MAQUIAVELO, por @AmericoMartin

Américo Martin 06 de diciembre de 2014
@AmericoMartin

I
Una de las infinitas ediciones de El Príncipe de Maquiavelo está adornada con notas manuscritas de Napoleón Bonaparte colocadas en los ángulos de cada hoja. ¡Imagínense el valor de esa obra si fuere cierto que el emperador la ilustró con sus propias opiniones de gran guerrero y gran político!

No he escuchado, sin embargo, opiniones serías que las certifiquen, no obstante que la célebre obra parece haber sido uno de los libros de cabecera del poderoso corso. Pero a los efectos de esta columna haré como que las notas realmente vengan de la mano de Napoleón, porque –sea quien fuera su verdadero autor- me parecieron muy ingeniosas y útiles desde que tropecé con ellas, allá por los últimos años 1950. Y aunque se ha repetido que el corso tenía en alta estima los consejos del florentino, se capta de entrada una diferencia sustancial entre los dos grandes personajes, relacionada sin duda con el punto de partida de cada uno de ellos.

El tema de El Príncipe se refiere -según su propio autor- “al modo como es posible gobernar y conservar los principados” Es bien sabido que Maquiavelo no era monárquico, sino leal republicano, pero le fascinaba el poder, de modo que sus lecciones aprovecharían a militaristas y civilistas, a autócratas y demócratas.

Acabo de decir que la diferencia proviene de los distintos puntos de partida utilizados. El del florentino es la relativa debilidad, que hace conveniente no cerrar caminos al adversario, tenderle la mano y facilitar diálogos. El del emperador es la enorme superioridad militar que ostentó en Europa y el mundo. Quería darse el lujo de abstenerse de las concesiones gratas a Nicolás Maquiavelo y poner los objetivos políticos en la boca de sus cañones.

Bonaparte en realidad actuó como un monarca republicano. Otorgó el sufragio universal a los países cuyas testas coronadas derribó y sin vacilar se hizo coronar emperador vitalicio en 1804, y monócrata inapelable.
  • Maquiavelo: “Si carecieras ya de enemigos, obrarías prudentemente en devolver algunas de las cosas que les pertenecen”
  • Napoleón: “Medio de debilidad”
  • Maquiavelo: “Y deberías hacer esa restitución para ganártelos, porque este procedimiento los separaría infaliblemente de la liga de tus enemigos”
  • Napoleón: “Uno más o menos ¿qué importa cuando tenemos la fuerza para derrotarlos a todos juntos?

II

En la estremecida Venezuela de nuestros días se aprecia la paradoja de un gobernante que procede como Bonaparte sin poseer ni su fuerza, ni su talento ni su astucia, en lugar de tratar de aprender algo –no mucho, solo algo- de la sutil y flexible inteligencia de Maquiavelo. Sé que tampoco es de pedirle peras al olmo, pero en fin…

Crece en todos los rincones del planeta la creencia de que el pretendido socialismo bolivariano siglo XXI naufragó en un espeso pantano. Los esfuerzos empeñosos por tratar de hacer algo con un ensayo tan difícil de entender y mucho más de explicar o defender, han terminado por barrer con las ilusiones de quienes querían ver la materialización de viejas esperanzas y sueños nunca encarnados. El modelo pretendió romper con lo que de manera esquemática denominó “capitalismo” y se le quebró el serrucho, para decirlo con la estrofa de los cañoneros de la vieja Caracas.

Las cifras ya inocultables son aterradoras. Se asombran los Gobiernos y movimientos de los muchos países que se interesaron en Venezuela al compás de los aspavientos desenfadados de un militar muy audaz y algo chapucero. Es llamativa la perplejidad de intelectuales foráneos y nativos preferiblemente de izquierda que adhirieron al principio al curioso experimento venezolano y hoy toman distancia o rompen con energía. A la cruda verdad de la moribunda economía con su cortejo inflacionario, recesivo, destructor de las capacidades productivas de la industria y la agricultura, se unen las comatosas llagas estrictamente sociales: desempleo brutal, informalidad y buhonería especulativa, caída poblacional por debajo de la línea de la pobreza, explosión del crimen callejero, protestas de todo tipo y en todas partes que el gobierno quiere presentar, en medio de la incredibilidad general, como manifestaciones de una “guerra económica” planificada desde Washington y Colombia. La fantasía de irrisorios golpes y magnicidios que, como fantasmas danzantes, surgen y desaparecen sin dejar el más mínimo vestigio de prueba.

III

De modo muy especial se multiplica en todos los niveles del hacer gubernamental la corrupción político-administrativa más fétida y profunda. No es que Venezuela haya sido en el pasado un modelo de virtud ética. La corrupción había sido escandalosa, pero jamás se había descendido moralmente de manera tan insondable como en nuestros días. Entre millares de testimonios, lo evidencia la ola de denuncias encendidas en el seno del propio partido oficialista.

Lo lógico, lo racional sería que el debilitado gobierno conversara con la disidencia, en lugar de difamarla y perseguirla. Los problemas lo apabullan pero en vez de mentir en busca ansiosa de pretextos absurdos, debería entender que su sobrevivencia política depende en mucho de que abra o cierre el puño. Reprimir salvajemente y usar la justicia como garrote lo aproxima al colapso. El círculo de sus críticos se sigue expandiendo hasta en sus propios predios.

El diablo ciega a quienes quiere perder. Incapaces de aceptar la realidad se alientan con canciones revolucionarias, puños alzados y gritando improperios. Se alegran con el triunfo de un excelente demócrata como Tabaré en Uruguay, sin percatarse de cómo le sacan el cuerpo los que solo reservan para ellos una diplomática sonrisa.

Serían estos sedicentes bolivarianos los que indujeron al Libertador a confesar que había arado en el mar.


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