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martes, 2 de diciembre de 2014

Cómo Dostoyevsky anticipó el surgimiento del Estado totalitario, por John Gray

Las ejecuciones por razones ideológicas sí ocurrían: aquí, la de dos nihilistas en San Petersburgo en 1880.
John Gray 30 de noviembre de 2014

El novelista ruso del siglo XIX Fyodor Dostoyevsky creó personajes que justificaban matar en nombre de sus ideologías. Por esta razón, argumenta el filósofo John Gray, siguió siendo relevante durante el surgimiento de los Estados totalitarios del siglo XX y hasta ahora, en las "guerras contra el terrorismo".

Cuando Fyodor Dostoyevsky describió en sus novelas cómo las ideas tienen el poder de cambiar las vidas humanas, sabía de qué estaba hablando.

Nacido en 1821, el escritor ruso tenía algo más de 20 años de edad cuando se unió a un grupo de intelectuales radicales en San Petersburgo que estaban fascinados con las teorías socialistas utópicas francesas.

Un agente de policía que había infiltrado el grupo reportó las discusiones a las autoridades.

Crimen y castigo

El 22 de abril de 1849, Dostoyevsky y los otros miembros del grupo fueron arrestados y, tras unos meses de investigación, encontrados culpables de planear la distribución de propaganda subversiva y condenados a muerte.

El castigo se conmutó por una sentencia de exilio y trabajos forzados, pero la autoridad del zar de decretar vida o muerte fue confirmada forzando a los prisioneros a experimentar una ejecución simulada.

En una puesta de escena cuidadosamente preparada, en la mañana del 22 de diciembre de 1849, Dostoyevsky y el resto del grupo fueron llevados a un lugar en el que se había erigido un andamio y decorado con crepé negro. Sus delitos y sentencia fueron leídos y un sacerdote ortodoxo les pidió que se arrepintieran.

Tres del grupo fueron amarrados a los postes, listos para la ejecución. Al último minuto, sonaron los tambores y el pelotón de fusilamiento bajó sus rifles. Habiendo sido indultados, los prisioneros fueron esposados y enviados al exilio en Siberia. Dostoyevsky debía cumplir cuatro años de trabajos forzados seguidos de servicio obligatorio en el ejército ruso.

Al borde de la eternidad

En 1859, un nuevo zar le permitió a Dostoyevsky finalizar su exilió en Siberia y un año más tarde estaba de vuelta en el mundo literario de San Petesburgo.

La experiencia lo alteró profundamente. No modificó de opinión respecto a que la sociedad rusa necesitaba cambiar radicalmente. Siguió creyendo que la institución de la servidumbre era profundamente inmoral, y hasta el final de sus días detestó a la aristocracia. Pero su experiencia de haber estado al borde de la muerte, como lo consideraba, le dio una nueva perspectiva respecto al tiempo y la historia.

Muchos años más tarde señaló: "No recuerdo haber estado tan feliz como ese día".

De ahí en adelante, se dio cuenta de que la vida humana no era el movimiento de un pasado deficiente a un futuro mejor, como lo había creído o medio creído cuando compartió las ideas de los intelectuales radicales. En cambio, pasó a creer que cada ser humano estaba en todo momento parado en el borde de la eternidad.

Como resultado de esa revelación, Dostoyevsky empezó a desconfiar cada vez más de la ideología progresiva que lo había atraído cuando era joven.

Despreciaba particularmente las ideas con las que se encontró en San Petersburgo a su regreso de una década de exilio en Siberia.

Una nueva generación de intelectuales rusos estaba cautivada por las teorías y filosofías europeas. El materialismo francés, el humanismo alemán y el utilitarismo inglés se fundían en una combinación peculiarmente rusa que terminó llamándose "nihilismo".

Tendemos a pensar que alguien nihilista es alguien que no cree en nada, pero los nihilistas rusos de la década de 1860 eran muy distintos. Creían fervientemente en la ciencia, y querían destruir las tradiciones religiosas y morales que habían guiado a la humanidad en el pasado para abrirle el camino a un mundo mejor.

Hoy en día hay mucha gente que cree en algo similar.

Demonios

La condena de Dostoyevsky del nihilismo es presentada en su gran novela "Demonios". Publicado en 1872, el libro ha sido criticado por su tono didáctico, y no hay duda de que el autor quería mostrar que las ideas dominantes de su generación eran dañinas.

Pero la historia que cuenta Dostoyevsky también es una comedia negra, cruelmente cómica en su descripción de los nobles intelectuales que jugaban con las nociones revolucionarias sin entender lo que significa una revolución en la práctica.

La historia es una versión de eventos que ocurrieron mientras Dostoyevsky estaba escribiendo el libro.

Sergei Nechaev había sido un profesor de divinidad y se había convertido en un "terrorista" que fue arrestado y condenado por complicidad en el asesinato de un estudiante. Nachaev había sido el autor de un panfleto, "El catecismo de un revolucionario", que argumentaba que cualquier medio (incluyendo el chantaje y el asesinato) era válido para promover la causa de la revolución. El estudiante había cuestionado las políticas de Nechaev, por lo que había sido eliminado.

Dostoyevsky indica que el resultado de abandonar la moralidad en nombre de una idea de libertad es un tipo de tiranía más extrema que cualquiera de las del pasado. Como uno de los personajes de "Demonios" confiesa: "Me enredé en mi propia información, y mi conclusión contradice directamente la idea original: partí de la libertad ilimitada, concluí con el despotismo ilimitado".

Es difícil encontrar una mejor descripción de lo que ocurriría en Rusia como resultado de la revolución bolchevique casi 50 años más tarde.

Aunque lo criticaba por depender demasiado en actos de terrorismo individuales, Lenin admiraba a Nechaev por su disposición a cometer cualquier crimen si le servía a la revolución. Pero como anticipó Dostoyevsky, el uso de métodos inhumanos para lograr un nuevo tipo de libertad produjo un tipo de represión que tenía mucho más alcance que las crueldades histriónicas del zarismo.
Poseídos

La novela de Dostoyevsky contiene una lección que le sirve no sólo a Rusia.

Las primeras traducciones en inglés llevaban el título "Los poseídos", una lectura equivocada de la palabra rusa cuyo significado más preciso es "demonios". No obstante, el antiguo título quizás se acerca más a la intención de Dostoyevsky. Aunque hay momentos en los que los retrata sin misericordia, los revolucionarios no son los demonios: lo son más bien las ideas que los esclavizan.

Dostoyevsky pensaba que la falla en el corazón del nihilismo ruso era el ateísmo, pero uno no tiene que estar de acuerdo con ese punto de vista para apreciar que cuando escribe sobre las ideas demoniacas de poder está tratando un trastorno humano genuino. Tampoco es necesario estar de acuerdo con la opinión política del autor, que era una versión mística de nacionalismo muy manchada de xenofobia.

Lo que Dostoyevsky diagnosticó –y lo que a ratos sufría en su propia carne- era la tendencia a pensar que las ideas eran de alguna manera más reales que los mismos seres humanos.

Igual de ilusos

Sería un error imaginar que nosotros no hemos caído en esta suerte de pensamiento delirante.

Las guerras que Occidente ha luchado en Medio Oriente durante más de una década a menudo son criticadas por ser intentos de apropiarse de recursos naturales, pero yo estoy seguro de que esa no es toda la historia. Ha sido igual de importante un tipo de fantasía moral, lo que explica las repetidas intervenciones de Occidente y su recurrente fracaso.

Nos imaginamos que ideas como "democracia", "derechos humanos" y "libertad" tienen un poder propio que puede transformar las vidas de quien esté expuesto a ellas. Lanzamos proyectos de cambios de gobiernos cuyo objetivo es hacer realidad estas ideas derrocando tiranos.

Sin embargo, exportar la revolución de esa manera puede tener el efecto de fracturar al Estado -como ha pasado en Libia, Siria e Irak- lo que conduce a la guerra civil, anarquía y nuevos tipos de tiranía.

Nuestros propios demonios

El resultado es la posición en la que nos encontramos en este momento.

La política occidental ahora está impulsada por el miedo a las fuerzas e ideas que han surgido del caos creado por la intervención occidental.

Lamentablemente, ese temor no es infundado. El riesgo de que esos conflictos nos afecten cuando los ciudadanos occidentales que han luchado en ellos regresen a casa es real.

Nos gusta pensar que las sociedades liberales son inmunes al peligroso poder de las ideas. No obstante, es una ilusión pensar que no tenemos nuestros propios demonios.

Poseídos por conceptos grandiosos de libertad, hemos tratado de cambiar los sistemas de gobierno de países que no entendemos.

Como los insensatos revolucionarios de la novela de Dostoyevsky, hemos convertido nociones abstractas en ídolos, e intentando servirlos, hemos sacrificado a otros y a nosotros mismos.


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