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domingo, 12 de octubre de 2014

Odio, violencia y maltrato, por @rafluciani

RAFAEL LUCIANI sábado 11 de octubre de 2014

Estamos viviendo hechos de violencia y enfrentamientos que transpiran odio ideológico y luchas de poder. Este tipo de acciones están socavando las reservas morales y la esperanza de un país, por no decir cuánto afectan al imaginario de los niños y adolescentes que ya ven con normalidad lo que es, en realidad, una tragedia nacional. Aunque a pocos les vaya bien, y sean indolentes frente a lo que sucede, es todo un país, sus valores y porvenir, lo que está en juego.

Es lamentable escuchar a personas de cuyas «bocas solo salen palabras de iniquidad y engaño, y que renuncian a ser sensatos y a hacer el bien, maquinando la maldad sobre su lecho y empeñándose en un camino que no es bueno» (Sal 36,3-4). Cada uno de nosotros tiene un gran reto: discernir cómo enfrentar tales actitudes, porque está en juego nuestra propia deshumanización, cuyos síntomas ya se padecen a diario en esta creciente cultura del maltrato y el desgaste.

La experiencia de Jesús nos puede ayudar. Primero, practica la no violencia como forma de reaccionar frente a quien provoca el mal. De otro modo «todo el que pelea con espada, a espada morirá» (Mt 26,52). Segundo, fomenta solidaridades fraternas para construir un mundo justo que apueste por el bien del otro. Está convencido de que solo son «bienaventurados los que luchan por la justicia» (Mt 5,10) y «promueven la paz» (Mt 5,9). Estas actitudes lo diferenciaron de muchos políticos y religiosos de su tiempo que fomentaban la exclusión, la compra de conciencias y las amenazas para sostenerse en el poder.

Su deseo de querer ser bueno (Mc 5,19) puede parecer débil, pero atrajo a muchos, porque los trataba con compasión (Mc 6,34), nunca con lástima u odio. Hay familias, colegios y comunidades religiosas que han fallado en enseñar que ser buenos es un estilo de vida basado en apostar por la compasión, rechazando la ira, el odio y el maltrato. El mismo Dios rechaza a todo aquel que convierte al otro en víctima de sus prácticas: «¡aléjate de mí, hacedor de maldad!» (Mt 7,23).

Solo es sujeto, y puede humanizar a otro, quien supera la ira y el odio; quien crea lazos con todas las personas sin excluir a nadie, y quien construye esperanza. Esto atraía de la praxis de Jesús, mientras que la de autoridades políticas y religiosas iba siendo rechazada cada vez más.

En Jesús se palpaba un modo de vida que parecía ya imposible; uno que podía vencer el mal con la verdad y la justicia, para que no triunfaran la mentira y la violencia. Pero, para ello, Jesús oró por sus victimarios (Mt 23,27) y por los que lo humillaban (Mc 15,29); y nunca dejó que la ira afectara su proyecto. Fue así como conquistó la verdadera autoridad que no nace de la imposición, la mentira y las amenazas, sino de la no violencia y la compasión fraterna. No olvidemos, pues, que «odiar al hermano, es matarlo» (1Jn 3,15) y solo quien «pone su vida al servicio de todos» (1Jn 3,16) conoce el amor.


RAFAEL LUCIANI
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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