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domingo, 7 de septiembre de 2014

La fragilidad del tiempo, por @felixpalazzi

FÉLIX PALAZZI sábado 6 de septiembre de 2014
Doctor en Teología
@felixpalazzi

Cada día se nos hace más común escuchar que nuestra situación "no tiene salida". Pareciera que los sentimientos de derrota y desánimo se expanden rápidamente y nos vamos acostumbrando a la ausencia de todo aquello que "no hay". Aún nos resulta paradójico, en esta difícil situación, seguir escuchando voces que alardean la probable eternidad del modelo político que vivimos, haciendo uso de pintorescas y aisladas manifestaciones idolátricas de un "Chávez nuestro", que no es más que una repetida usurpación o mofa de la oración más apreciada en el cristianismo. De hecho, al cristiano le está prohibido colocar a otros dioses en lugar de Dios, y mucho menos a un ser mortal. Todo ello nos hace pensar sobre la fragilidad del tiempo y la pretensión de eternidad que algunos quieren postular. Debemos reflexionar, pues, sobre nuestra propia esperanza en que las cosas cambien.

Durante siglos los teólogos nos hemos visto confortados con el problema del tiempo y la eternidad. En la antigüedad, San Agustín fue el primer teólogo en enfrentarse a este difícil tema. Para él sólo los seres humanos tenemos experiencia del tiempo. Únicamente el ser humano es capaz de vivir en el tiempo y experimentarlo. Es por ello que, a veces, esto puede transformarse en una experiencia agradable o dolorosa, alegre o lamentable. Como una realidad distinta al tiempo está la eternidad, que precede a todo significado humano y es capaz de darle contenido y densidad a la temporalidad. Ello quiere decir que la eternidad no es producto de ningún sistema humano, como tampoco del transcurrir de las horas o los días. Por más que nos parezca imposible o larga la temporalidad de los modelos políticos o de los sistemas económicos, ellos son siempre realidades pasajeras, y nunca eternas. Lo que es realmente lamentable no es el tiempo que duren, sino las víctimas y el costo humano que ellos generen.

La eternidad precede al tiempo y le dota de significado. Proclamar la eternidad de lo que es pasajero no es más que una ilusión de seres embriagados por el poder. Como decía Agustín: "quienes así hablan, todavía no te entienden, ¡oh sabiduría de Dios, luz de las mentes!; todavía no entienden cómo se hacen las cosas que son hechas en ti y por ti, y se empeñan por saber las cosas eternas; pero su corazón revolotea aún sobre los movimientos pretéritos y futuros de las cosas, y es aún vano... ¿Quién podrá detener el corazón del hombre para que se pare y vea cómo, estando fijo, dicte los tiempos futuros y pretéritos de la eternidad, que no es futura ni pretérita? ¿Acaso puede realizar esto mi mano o puede obrar cosa tan extraordinaria la mano de mi boca sirviéndose de sus palabras?" (Confesiones XI, 12).

Fijar nuestra mirada en lo eterno no es escapar de la historia y mucho menos del compromiso que tenemos con ella. Al contrario, es lo que nos permite dar significado al presente y vivir con esperanza, oponiéndonos a todo lo que genere un absurdo costo humano y social. Sólo así la fragilidad del tiempo se verá fortalecida por la fuerza de la eternidad y será capaz de crear y transformar nuestra historia.


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