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viernes, 5 de septiembre de 2014

El sacudoncito, Vladimiro Mujica


Por Vladimiro Mujica, 04/09/2014

Como muchas de las imágenes comunicacionales en las cuales nuestros gobernantes se han vuelto expertos, cada anuncio del gobierno debe entenderse en el sentido Orwelliano: no simplemente como lo contrario de lo que se anuncia sino destinado a confundir y engañar, a crear las realidades necesarias para justificar una acción política determinada. La última creación de nuestros gobernantes, reiterada profusamente por el presidente Maduro en todos los medios de comunicación, de que se avecinaba un sacudón, presumiblemente para adelantar los cambios en política económica que tanto el país rojo como el país azul están exigiendo de nuestros inefables dirigentes, concluyó como un anticlímax.

El tantas veces anunciado Sacudón, junto con la parafernalia y el boato comunicacional que acompañó su puesta en escena, no solamente terminó por ser un tímido temblor, sino que en verdad resulta difícil en este ejercicio de reciclaje infinito de las mismas caras en diferentes puestos que ha acogotado al país en esta década y media interminable, en qué consisten los cambios. Quizás la salida de Ramírez al frente de la economía pueda tener algunas consecuencias medibles, pero realmente el cambio de gabinete parece ser un ejercicio gatopardiano en grado extremo: cambiar para que nada cambie.

De modo pues, que corresponde hacerse a la idea de que el deterioro y la casi caída libre de la economía venezolana continuarán sin cambio, igual que el gabinete. La sordera descomunal que despliega el gobierno frente al creciente descontento popular es tremendamente preocupante porque cada día aumenta el riesgo de que una acción de protesta popular en cualquier parte de Venezuela desemboque en una reacción en cadena que ni siquiera la represión será capaz de atajar. De más está decir que un escenario caótico y de desorden es lo que menos puede desear el país democrático, pero el régimen sigue jugando con fuego.

Venezuela continúa su lenta pero ininterrumpida marcha hacia convertirse en un país donde la realidad está completamente divorciada del universo fantasioso del discurso oficialista. Pero hay también fuertes señales de que no solamente la oposición no le cree al gobierno, sino que hay un reacción creciente de descontento en las propias bases de apoyo del chavismo. Todo esto apunta a la necesidad de continuar el juego de estimular simultáneamente la rebelión ciudadana pacífica y constitucional y el manejo sabio de los escenarios electorales que se avecinan.

El sacudoncito, para ser más preciso con lo que en verdad ocurrió, es tan sólo una muestra más del olímpico desprecio que nuestros gobernantes sienten por el pueblo de este país.

La nación deshaciéndose por los cuatros costados y el gobierno tratando de hilvanar a duras penas un discurso pobre y marchito de defensa de la revolución contra sus pretendidos enemigos externos. Todavía nos queda mucho por hurgar en el alma nacional para descubrir las claves del apoyo que aún conserva un régimen que en cualquier sentido real ha traicionado profundamente los intereses del pueblo que dice defender.

No hay rectificación alguna en la conducta del gobierno. Cabe pues pensar que no habrá ninguna rectificación de las políticas que han disparado a Venezuela hacia el pasado de las montoneras y el paludismo del siglo XIX, probablemente porque Maduro no tiene el liderazgo para hacer lo que habría que hacer y también porque, si hiciera falta otra demostración de la infame doctrina que Guaicaipuro Lameda atribuye a Jorge Giordani, la revolución necesita de los pobres para avanzar. En un sentido difícil de aceptar por el cinismo que implica, la revolución no es enemiga de la pobreza sino de los pobres porque requiere de su existencia para justificar su discurso de resentimiento y enfrentamiento.

Más de lo mismo, o, mejor dicho, peor de lo mismo. No hay ningún camino fácil para salir de esta pesadilla distinto a la ruta democrática y constitucional que la alternativa democrática ha venido avanzando. Pero todavía seguimos sin convencer a nuestro pueblo de que no hay ninguna razón para seguir aguantando que nuestro destino como nación sea pulverizado por gente que ha traicionado toda la esperanza de cambio que en su momento empujó a Chávez al poder.


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