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lunes, 1 de septiembre de 2014

Cambio de piel, por @AmericoMartin

AMERICO MARTIN 22 de agosto de 2014

Con la venia de los deudos del gran ausente, Carlos Fuentes, me permito usar el título de una de sus novelas para aplicarlo a las inesperadas transformaciones del paisaje político latinoamericano. Lo primero es colocarle el INRI al prometido avance revolucionario tras la cadena de victorias electorales de signo izquierdista, que tomó gran fuerza con la victoria de Hugo Chávez en 1998. Se dijo –y en cierta forma ocurrió así– que el panorama hemisférico estaba cambiando aceleradamente. Se anunciaba una victoria del nuevo socialismo, después del colapso del socialismo real. ¡El socialismo ha muerto, viva el socialismo! fue el grito de victoria. Chávez imaginó que la ola enaltecería a las FARC y que el imperio gringo estaría en trance de desaparecer.

Los personajes del momento, aparte del deificado comandante y de Fidel, fueron Lula, Correa, Ortega, Kirchner, Humala, Evo, Pepe Mujica y Bachelet, al fin y al cabo de procedencia militante socialista. Se esperaba la declaración de beligerancia de las FARC, organización a la que el presidente venezolano reservó una ostentosa silla, que sería ocupada nada menos que por Pedro Antonio Marín, a) Manuel Marulanda.

¿Por qué tan fabulosas ensoñaciones no cristalizaron? Por la razón de las razones: el modelo socialista siglo XXI no sirve, no funciona, no convence. La flamante Tierra Prometida sufrió desmentidos brutales. Algunos de sus teóricos más importantes perdieron la fe en el nuevo libertador y redescubrieron que la viabilidad del proyecto era dudosa. Fidel, el símbolo de toda aquella operación, destiló un profundo desconsuelo cuando confesó que el modelo de Cuba no le va ni a los cubanos.

Pero como buena parte de la argamasa se alimentaba de las liberalidades del imaginativo comandante Chávez, el hórrido (la expresión es de don Marcelino Menéndez Pelayo) fracaso de la gestión bolivariana empujó a sus al principio entusiastas seguidores, a territorios menos exaltados. Lo que hizo Lula –como se ha dicho muchas veces y llegó a reconocerlo el viejo líder metalúrgico– fue continuar la estupenda labor de Fernando Henrique Cardoso, quien podría ser ubicado en los predios de la socialdemocracia. Paso atrás similar al de Humala en Perú. Con decisión y sin miedo admitió Ollanta que seguiría la política aperturista iniciada por los gobiernos anteriores, incluido el del APRA, de signo socialdemócrata. Correa no pasó de cierta retórica antimperialista que no llegó lejos. Prefirió sostener la dolarización de su economía, estrechar lazos con el sector privado y últimamente separarse de las ostentosas consignas internacionales que oficiaron como cédula de identidad de Chávez y Fidel. Ortega fue, como es usual, el más –¿cómo decirlo?– descarado. Ni loco se retiró del tratado de libre comercio centroamericano con EEUU mientras pasaba por fiel amigo de Chávez, de lo que obtuvo excelentes dividendos. Incluso Raúl avanza desde las profundidades cavernarias de la revolución hacia la apertura a la iniciativa privada con una reforma que no ha podido todavía aplicar en forma sustantiva.

La socialdemocracia latinoamericana no tuvo identidades precisas, salvo en Chile, donde conoció un éxito singular con el liderazgo y candidatura de Allende. En Argentina sonó algo con el gran viejo Alfredo Palacios pero desapareció bajo el huracán peronista. Y en Venezuela y Perú, AD y el APRA fueron las organizaciones que llevaron más lejos esta corriente universal del pensamiento, sin asumir claramente su condición, hasta la victoria de Carlos Andrés Pérez, quien con energía se declaró tal y asumió la vicepresidencia de la Internacional dirigida por Willy Brandt.

Pero todo esto viene a cuento por una inesperada opinión de Fernando Mires y por las próximas elecciones de Brasil, país de sorpresas, electorales cuando menos.

Mires, intelectual chileno extremadamente competente y de juicios osados, se permitió decir (y copio textual):

El comunista nunca ha sido un partido de la revolución. Por el contrario, su mérito histórico fue haber sido el partido de las reformas sociales. Se trata de un partido de gente criada en democracia y con hábitos democráticos. Solo su ideología no es democrática. Si no hubiera sido por la intermediación de la URSS y Cuba los comunistas chilenos habrían sido el partido socialdemócrata que tanta falta hace en Chile: El partido de los trabajadores de “la clase media” como decía su fundador, Luis Emilio Recabarren.

Suscribo por completo semejante opinión y me permito recordar que cuando Allende se dio cuenta del error profundo que había cometido y quiso dar marcha atrás contra la resistencia de su izquierda colérica, sólo contó con el ministro Orlando Millas, líder comunista que discrepaba profundamente de los socialistas de Altamirano y los del MIR de Miguel Enríquez.

La socialdemocracia parece ser la corriente que predomina en nuestro subhemisferio, alentada por el esperado fracaso del socialismo del siglo XXI. El problema es que no se atreve a asumirlo. Y esa anomia puede perderla cuando menos lo espere. En Venezuela, el PSUV va a una crisis terminal, mientras que partidos como AD, UNT, ABP (Ledezma) refrescan su condición socialdemócrata; y quizás en similar dirección vayan los jóvenes partidos de López y Borges.

El destino del partido de Lula está en cuestión. En 1951 se ilusionó con el dictador cesarista Getulio Vargas y ahora sufre un lento declive que se precipitaría si Dilma Vania Rousseff perdiera las elecciones. Semejante eventualidad no es nada segura. No obstante, triunfando o no, Dilma deberá reflexionar sobre el gran viraje que espera a su partido.

Quienes pronosticaban un salto de América Hispano-lusa hacia una especie de chavo-fidelismo aggiornado, tendrán que confiar más en la inconforme realidad. Comenzando con los sucesores del fallecido eterno de la atormentada Venezuela.

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