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domingo, 10 de agosto de 2014

LO QUE NOS DEJÓ LA SALIDA, por @jeanmaninat

JEAN MANINAT 08 de agosto de 2014
@jeanmaninat

Uno quisiera mojarse el dedo índice distraídamente, aplicar con delicadeza  la saliva a una esquina de la hoja y pasar la página con gesto elegante dejando atrás para siempre el desaguisado monumental que fue La Salida como propuesta política para superar la calamitosa situación que vive el país. Es lo que recomienda el psicoanálisis homeopático, los manuales de autoayuda que venden lo buhoneros, el espíritu de contrición que nos embarga después de haber puesto soberana torta la noche anterior.

 “Al fin y al cabo, mañana será otro día” se consuela Scarlet O’Hara en Lo que el viento se llevó ante la desolación que dejó en su vida la decisión de unos sureños arrogantes de provocar una guerra de secesión en los EE.UU. “Como vaya viniendo le vamos dando” sería la versión criollade la superstición que supone que mañana siempre será un buen día para esconderse de ayer.

Cerramos los ojos y repetimos “ya pasó, ya pasó” pero las ascuas de La Salida siguen ardiendo simplemente porque sus cultores no las dejan extinguirse en paz. A cada rato se nos indica que entre sus logros estaría “haber mostrado ante el mundo la cara represiva del régimen” y que gracias a sus denuedos ahora es “inminente el colapso del gobierno”. O nos aseguran que el “pueblo está arrecho y no se la cala más” como si tuvieran un cordón umbilical que los conecta con lo más recóndito de las aspiraciones populares. Mientras… el gobierno sigue allí, reconocido internacionalmente, y las colas en los mercados populares se apiñan diariamente con paciencia franciscana.

 Cuando ya estábamos seguros de que el voluntarismo habría quedado atrás  nos alertan que hay quienes “no quieren hacer nada hasta al 2019” y que van a proponer una Constituyente para continuar la pelea, todo sin tener un lápiz al cual sacarle punta. Pero en realidad poco importa: la política es arrojo, testosterona, gestos heroicos, banderas tricolores como fulares, banderas tricolores como chales, banderas tricolores como antorchas que indican el camino que sólo las miradas arrobadas de unas cuantas personas pueden vislumbrar.  Ah… las fastidiosas labores cotidianas de los alcaldes, de los gobernadores, de los concejales y los legisladores regionales. El enojoso trabajo cotidiano de convencer, de construir con hechos una mayoría, de contrastar una gestión local al desastre impuesto por el gobierno central. Recorrer pueblos y ciudades cumpliendo lo que se prometió en la campaña electoral. ¿Cuál es el sentido glorioso de ese hormigueo político? La Historia, marcada a fuego con mayúscula, no se construye con tan insignificante materia.

Ya a punto de entregarnos al espíritu ecuménico que nos asegura que habríamos renacido renovados y con más fuerza de las cenizas guarimberas, que todos provenimos de una misma fe opositora, que todos somos uno y uno somos todos, convocan a las catacumbas de una “encerrona” expiatoria, hacen dibujos unitarios con sus dagas en el aire, le echan la culpa de sus propios desvaríos a quien liderizó el mayor avance concreto de la oposición en 15 años, y se retiran de nuevo a sus predios para seguir en sus empeños particulares y de paso celebrar al rato la renuncia del Secretario Ejecutivo de la MUD que tanto habían codiciado.

Si queremos hablar de una “nueva etapa en la lucha” si deseamos “aprender de la experiencia acumulada” no queda más remedio que ver de nuevo a la cara  lo que La Salida nos dejó: muertos, estudiantes presos y vejados, el desafuero de una valiente diputada, la entrega e injusta prisión de un joven dirigente y la defenestración de varios alcaldes. Se nos dirá que toda lucha implica riesgos, que esos son los sacrificios necesarios para posteriormente triunfar, que al fin y al cabo marchamos por el lado correcto de la vereda. Pero el inhóspito oficio de la política exige logros concretos, avances en la correlación de fuerzas, ocupar y mantener los espacios conquistados en el ánimo popular, convencer, convencer y convencer a quienes todavía no confían en la opción opositora. Y ahora habrá que añadir la tarea de batallar contra el abatimiento que siguió a la euforia inducida por quienes terminaron por  confundir la escenografía épica que construyeron con la realidad política del país.

A la vuelta de la esquina esperan las elecciones parlamentarias, desprovistas de pompa y circunstancia, pero vitales para seguir avanzando en la acumulación de una fuerza democrática para el cambio. La historia, con hache cotidiana, es muy fastidiosa y recela de los pedestales.


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