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viernes, 8 de agosto de 2014

El peor de todos los mundos

DIEGO BAUTISTA URBANEJA jueves 7 de agosto de 2014

Se ha vuelto a poner en el tapete la venta de Citgo. Hay respecto a esa empresa, como con respecto a la política de internacionalización llevada a cabo por Pdvsa en la década de los ochenta, dos tesis opuestas. Una es la que defiende tal política. Lo hace sosteniendo que constituía ella una especie de seguro para asegurar mercados a un petróleo de difícil refinación, como lo es el crudo pesado venezolano. La otra es la que sostiene que esa política fue un error y que no produjo beneficios demostrables a la economía del país. (No hace a la sustancia del debate, pero no está demás observar que algunos de los críticos de la política de internacionalización se han hecho riquísimos estos últimos años, actuando como intermediarios visibles o invisibles del mercadeo del petróleo venezolano).

No estamos en condiciones de terciar en un debate económico que nos luce que habría de ser, si se llevara a cabo debidamente, muy complejo. Pero en realidad la posible venta de Citgo es un caso más de otras medidas económicas de las que se habla, y de las que podría decirse, cambiando lo cambiable, lo mismo que lo que vamos a decir a continuación respecto a esa eventual venta

Urgencia

Se trata de una decisión forzada por las circunstancias. Sea para obtener dinero que se requiere con urgencia, sea para dejar de perder dinero que el país no está en capacidad de seguir perdiendo, sea para protegerse de demandas y embargos que la frágil situación de la economía podría provocar por parte de acreedores insatisfechos.

Además, se trata de decisiones que, por la forma en que se están tomando, no van a traer beneficios reales. Un columnista que simpatiza con la venta, concluía su opinión con estas inocentes palabras: "lo que sí parece crucial es el destino que se dará ese dinero. Si se va a utilizar pare mejorar la capacidad de producción, pues perfecto, pero si es para financiar gasto corriente, no sería una buena idea". Si ese columnista cree que este gobierno va a recibir unos diez mil millones de dólares -pues esa es la cantidad de la que se trataría- para invertirlos productivamente, de modo que no sean devorados por las fauces del despilfarro, la corrupción, la ineficiencia, el gasto corriente, el sostenimiento del subsidio a Cuba, o el mero pago de las deudas pendientes, pues no se sabe en qué país vive.

Desaguadero

Vendiendo Citgo Venezuela va a salir de un activo nacional, a cambio de un dinero que se va a ir por el desaguadero.

Pero la tesis es generalizable. Lo equivalente se puede afirmar del alza de la gasolina, de la devaluación, del alza de las tarifas. Este Gobierno anuncia unas medidas económicas que van a tener sus efectos negativos pero no sus efectos positivos. El peor de todos los mundos. Anuncios indecisos y confusos que más asustan que dan confianza, pues son prueba palpable e incesante de una incompetencia de fondo. En la forma en que se están anunciando las medidas de ajuste, no lograrán ellas un verdadero cambio en el clima económico del país.

Si todo saliera bien -y como se dice, ese es un gran si- mejorarían un tanto algunas cuentas y bajarían un poco algunos déficits macroeconómicos, pero nada de verdaderamente reactivar la economía, impulsar la inversión y la creación de empleo. Y esos efectos macro serían alcanzados al costo de un deterioro acusado del nivel de vida de los venezolanos: inflación altísima, decrecimiento de la economía.

El drama es profundísimo. Cuando bajo el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez se adoptó un paquete de medidas muy similares al que ahora se anuncia, había una economía que podía reaccionar favorablemente, con la gran condición, de nuevo, de que todo saliera bien. Esta vez el organismo económico que tendría que reaccionar está muchísimo más débil. No queda casi economía que reaccione, ni siquiera a la más certera y eficaz dosis de medidas de ajuste. Como un cuerpo desgonzado al que se quiere reanimar a punta de zarandearlo.

Sangramiento

La magnitud de la herida, de la sangría, que los gobiernos de Chávez y de Maduro han causado, y siguen causando, al aparato productivo del país es inconmensurable. Nada más pensar en esa forma de sangramiento que consiste en la fuga de centenares de miles de jóvenes de los más preparados del país, aparte de parar lo pelos de punta, da una idea del tamaño del crimen económico del que Venezuela ha sido víctima desde el año 2000.

Un desastre que hace de su economía, hoy por hoy, un cuerpo exangüe, al que este Gobierno no está en capacidad de reanimar, por mucho que lo jamaquee.


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