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sábado, 2 de agosto de 2014

Acuerdos y desacuerdos

AMERICO MARTIN 26 de julio de 2014

El próximo lunes la oposición venezolana se encerrará para analizar el estado de la unidad. Como no formo parte de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) ni milito en partido alguno, me permito anticipar algunos criterios.

• Dos realidades saltan a la vista. La primera, el deterioro galopante de la estabilidad del país, y la segunda, el incremento sostenido pero algo alocado de la disidencia. Las causas de ambos fenómenos se resumen en una: el modelo socialista del siglo XXI no les sirve a los venezolanos, dicho sea parafraseando a Fidel cuando aludiendo a Cuba le declarara algo similar a dos corresponsales norteamericanos de la revista The Atlantic.

• La tragedia de la sedicente revolución bolivariana está fuera de discusión. Desde la cumbre del poder hasta los más humildes militantes tocan las alarmas por la descomposición de la pesadilla igualitaria. Las encuestas –salvo la más sumisa al gobierno– hablan del masivo malestar de todos los estamentos sociales en cualquiera de las áreas consultadas. El descontento invade el jardín interno de los partidos oficialistas, y en el país se extiende un clamoroso sentimiento de cambio.

• La célebre escritora Simone de Beauvoir y su pareja sentimental, el escritor Claude Lanzmann, dieron una ingeniosa explicación a un hecho desconcertante. ¿Por qué –se preguntaron– cuando los revolucionarios discuten se dividen y no ocurre lo mismo con los debates de los reformistas? Bueno, aquellos se proponen crear un nuevo mundo y un hombre nuevo, mientras que estos se limitan a administrar lo que reciben. El comentario de Beauvoir y Lanzmann tiene su lógica. En la alucinación de destruir el viejo mundo para edificar sobre sus ruinas un flamante universo plagado de hermosas utopías, los sueños jamás calzan y las pasiones estallan. Pero si el asunto es mejorar la administración heredada, las propuestas de cambio son más conciliables. Como dijera uno de sus intelectuales, el PSUV puede dividirse, no así –se consuela– el chavismo. Más todavía si recordamos la remezón de un hervidero social sin precedentes.

• Si el poder no puede con una situación que lo desborda y no encuentra manera de exhumar sus disparates en las aguas revueltas del socialismo, sería de esperar que el deseo nacional de cambio encarne en la alternativa democrática. "Sería de esperar", he dicho. Porque antes tendría que demostrar que está preparada para la conducción de la esperanza colectiva.

• No es casual que precisamente cuando el poder naufraga en el pantano de la impotencia y caen sobre su humanidad duras condenas nacidas en su propio cuerpo, estén proliferando desacuerdos y rumores malditos sobre la MUD y los dirigentes de la disidencia democrática. Parecería evidente y hasta legítimo que la mano oficialista fuera una de las instigadoras de los desacuerdos en la acera contraria. Es un arma elemental que se usa contra los adversarios. Pero aceptar sin más semejantes intrigas revela una ingenuidad alarmante. Si se comprende que la oposición busque la unidad con los inconformes de la otra acera, ¿cómo entender que no sea capaz de unir a quienes tiene al lado?

• Los desacuerdos en la oposición democrática tienen, en muchos casos, base real. Es natural e incluso bueno que así ocurra. ¿Bueno? ¿Cómo es eso? Sí, bueno, porque quien aspire a encarnar el ansia nacional de cambio no puede entregarse a una sola voz. La sociedad es plural. La diversidad no puede castrarse sin pagar un precio. Ha de aceptarse como es. No hay voluntad única, mando único, ideología única y jefe único, eterno y divinal. En razón de ello, las diferencias en la democracia son más bien útiles porque permiten atraer todos los matices. En la acera oficialista la lógica es distinta. Todos se reclaman socialistas siglo XXI, chavistas jurados. Se someten a jefes digitales y a un presidente nombrado testamentariamente por el fallecido monarca. Obviamente, sus discrepancias tienen cargas potenciales de ruptura. Dan lugar a divisiones, expulsiones, descalificaciones, infamias.

• De allí que mientras los desentendimientos en el gobierno tienden a concluir en dolorosas divisiones, en la alternativa democrática se traducen en lamentables desacuerdos. Desacuerdo, no división. No se divide lo que no es único. El hecho del desacuerdo no debe conducir al infierno de las agresiones. Por pertenecer a corrientes distintas nada nos obliga a pensar igual, salvo en lo mucho que nos une.

• La MUD no es dirección única. No sustituye partidos ni se arroga la función de dirigirlos cual instancia suprema. Es una valiosa estructura unitaria ideada para confrontaciones electorales, tareas como el congelado diálogo, rechazo al próximo paquetazo del régimen, exigencia de amnistía, disolución de colectivos o fasci paramilitares, libertad de prensa, defensa de los derechos humanos.

• La MUD no está diseñada para dirigir huelgas, reclamos laborales, estudiantiles, gremiales. No lo haría mejor que los cientos de dirigentes nuevos surgidos en esas áreas al calor de persecuciones vesánicas. Es injusto acusarla, de darse el caso que tales o cuales planes fueran derrumbados por la realidad.

• Para construir una dirección eficaz hay que coordinar la inteligencia de los líderes emanados de realidades sociales perturbadas, con la de los partidos viejos y nuevos… y con la MUD en su área específica. Cubrir de culpas a la forma de unidad hasta ahora más visible, no es sino reducir el protagonismo de la oposición cuando más necesario es. Sobreponerse a la tentación de hablar mal de los demás, brindar confianza a los inconformes donde se encuentren, aceptar que la gran causa es la unidad. ¿Pero destruir lo creado? No. ¿Sumar organizaciones? Sí.

Piénsenlo. No hay otra manera.


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