sábado, 19 de julio de 2014

Sobre tiempos y liderazgos, Vladimiro Mujica


Por Vladimiro Mujica, 18/07/2014

Alguien muy querido y cercano me ha dicho con frecuencia que Venezuela tiene simultáneamente el peor Gobierno y la peor oposición. Sobre el primer punto no me cabe la menor duda, pero el segundo no puedo aceptarlo no solamente porque entonces quedarían muy pocos motivos para tener esperanza en la salvación de nuestro país, sino porque, en rigor, no creo que se ajuste a la verdad. Tenemos una oposición con carencias, limitaciones e importantes contradicciones, pero que todavía puede encontrar su camino y conseguir hablarle a todo el país, el rojo y el azul, con un proyecto convincente y capaz de quebrar la polarización y la base de sustentación del chavismo.

Tampoco creo en la travesura de afirmar que la verdadera oposición al Gobierno se la está haciendo el propio chavismo, vistas las diferencias internas que han aflorado en el seno del PSUV.

Esas contradicciones no se traducen en la quiebra del proyecto autoritario que en esencia representa el así llamado proyecto revolucionario. Todas las facciones le exigen a Maduro que ejerza un liderazgo duro como el del extinto comandante Chávez. La única diferencia parece estribar en la conducción de la economía y la necesidad de evitar un mayor grado de protesta social en una población que padece una combinación letal de mal gobierno y corrupción. Pienso sí, que las diferencias internas del chavismo son un elemento importante a tomar en cuenta, por cierto no tanto como el ánimo de protesta en el pueblo rojo que en esto se va pareciendo cada vez más al pueblo azul.

Dicho todo esto, y con el respeto que me merecen quienes lo arriesgan y lo han arriesgado todo por devolver a Venezuela un espacio de libertad, creo que es inescapable la conclusión de que la oposición todavía no calza los puntos para enfrentarse a la metamórfica criatura populista, militarista y ávida de poder, y con muchos recursos a su disposición, que es el chavismo/madurismo. Parte del asunto, si se me permite la reflexión, es que la oposición ha carecido de una dirección política propiamente dicha. Existen múltiples centros de dirección, que compiten unos con otros en el diseño y ejecución de distintas estrategias, y un núcleo de concertación esencialmente electoral que es la MUD. Esto último no quiere decir que la MUD no haya realizado esfuerzos importantes en, por ejemplo, la preparación de un ambicioso y bien concebido programa de gobierno, pero es innegable que las posiciones sectoriales de los partidos y movimientos que conforman la plataforma opositora le han impuesto en no pocos momentos sus agendas al conjunto. Ello ha sido así tanto para las campañas presidenciales, como en los últimos episodios asociados a lo que se ha dado en llamar “la salida”. Pasando también por divisiones importantes en las filas opositoras que han resultado en la pérdida de gobernaciones, alcaldías y otros espacios políticos.

Para el ciudadano opositor medio, es difícil no caer en el abismo de la desesperanza y el desánimo cuando es testigo de un torneo de descalificaciones entre los proponentes de una u otra estrategia política. Es inaceptable sostener que la represión desatada por el Gobierno se debe a las propuestas de Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, por mencionar a algunos de los proponentes de acciones de protesta y “salidas”, que están todas contempladas en el marco constitucional. O peor aún, sostener que la represión brutal y las violaciones de los derechos humanos se deben a las protestas estudiantiles. Eso es usar la infame e inconstitucional argumentación del Gobierno, y descalificar toda la protesta como si se tratara de un simple guarimbeo. Se podría quizás argumentar que jugaron posición adelantada, o que se desmarcaron del conjunto, pero es igualmente cierto que el conjunto jugaba a una posición insosteniblemente pasiva, centrada en lo electoral. De igual manera, es inaceptable cualquier posición de dirigentes opositores que pretendan justificar o juguetear con la prisión de López, la expulsión de la AN de María Corina o las muertes o prisiones de los manifestantes. La oposición, toda, debe expresar su posición inequívoca de que la primera condición para que el diálogo con el Gobierno continúe es la liberación de los presos políticos y la aplicación de una justicia imparcial a los homicidas de los manifestantes. Del mismo modo, la descalificación de quienes participan en el diálogo convocado por el Gobierno, con un fuerte apoyo internacional, es un acto de miopía política considerable.

Toda la turbulencia e incapacidad para actuar en conjunto, de continuar el avance en los espacios electorales concretos y, al mismo tiempo, continuar las acciones de rebelión ciudadana pacífica y constitucional contra la actuación fascistoide del Gobierno, hablan de las carencias de una dirección política que no termina de armarse. El clamor y la prédica por la unidad no tendrán ningún efecto práctico hasta que se resuelvan los problemas que atentan contra la unidad a través de una discusión abierta y se internalice que los adversarios están enfrente y no detrás de nosotros o a nuestro lado. Mantener la aporreada unidad requiere no solamente de declaraciones sino de acciones específicas para resolver la ecuación política de estos tiempos en toda su complejidad y no con simplificaciones que responden a intereses menores. Lo que está en juego no es el liderazgo de una oposición que co-exista con el chavismo autoritario, sino el liderazgo de una opción real de sustitución del autoritarismo. Esa diferencia es determinante y debería marcar el curso de acción de la oposición para lograr crear la nueva mayoría, quebrantar el dominio rojo y generar confianza en toda la población sobre lo que se propone hacer.

Es cierto que los liderazgos tienen sus tiempos, pero también lo es que un liderazgo esclarecido y comprometido con la causa de la libertad puede actuar para aligerar los tiempos de cambio de nuestra atribulada nación. Amén.

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