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domingo, 13 de julio de 2014

Líbranos del mal

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES sábado 12 de julio de 2014

A través de los siglos el ser humano ha llevado a cabo grandes estudios e investigaciones para conocer nuestro planeta, así como el universo que le rodea. Sin embargo, cuando se ha tratado del mundo espiritual, de Dios y su plan para nuestras vidas, lamentablemente hemos tomado toda clase de atajos. Hemos tratado de adecuar lo espiritual a lo terrenal, olvidando que Dios es por el hombre, en el hombre y para el hombre. En otras palabras, hemos pretendido ser partícipes de sus bendiciones sin dar nada a cambio, sin rendir nuestra voluntad, sin darnos a nosotros mismos. Sin entender que Jesús hizo muchos milagros, pero que al tratarse de las relaciones humanas, de los conflictos en el alma del hombre, Dios nos abrió un camino en el cual, en primer lugar, debemos rendir nuestra voluntad a Él. Y en segundo lugar, debemos poner en práctica sus enseñanzas para que su amor sea palpable en medio de nosotros.

En este camino de atajos el ser humano se ha desviado de la luz de Dios cayendo en el mundo de las tinieblas. El mal se ha disfrazado de múltiples maneras enmascarando la mentira. La Biblia, a través del apóstol Pedro, nos enseña en su primera epístola (5:8) "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar". Lo que pasa es que hemos ignorado esta verdad como tantas otras contenidas en las Sagradas Escrituras. Al mismo Jesucristo este león trató de devorarlo, por esa razón cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, les expresó esa profunda y sencilla oración que conocemos como el Padre Nuestro, en la cual están contenidos los conceptos realmente importantes por los que todos deberíamos ocuparnos en la oración.

Así como una planta de energía atómica no produce poder, solo libera el poder contenido en el átomo. De la misma manera, los seres humanos no tenemos poder contra el mal, pero tenemos la llave para liberar el poder de Dios en nuestras vidas. No tenemos que preocuparnos, no debemos temer. ¡Debemos ocuparnos en oración! En esa hermosa y sencilla oración Jesús les enseñó a orar siguiendo algunos pasos: Primero, les enseñó a alabar el nombre de Dios. Segundo, les mostró que es necesario pedir que la voluntad de Dios sea hecha en medio de nosotros como se hace en el Cielo. A continuación, les guió a pedir el sustento de cada día, para luego revelarles que el perdón es un camino de dos vías; Dios nos perdona, entonces nosotros debemos hacer otro tanto con los que nos ofenden. Finalmente, les enseñó a orar pidiendo de esta manera: "Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén". Mateo 6:13.

En vez de terminar el día pidiendo perdón por haber caído en tentación; deberíamos empezar el día pidiéndole a Dios que nos libre del mal. Del mal que otros pueden ocasionarnos dirigidos por la fuerza de ese adversario que anda como león rugiente, y del mal causado por nuestro pecado. Esta es la protección soberana de Dios sobre el mal. Es una fórmula sencilla; sin embargo, para muchos ha resultado aparentemente mejor acudir a prácticas satánicas que acudir a Dios. En el libro de Levítico en el (19:31) donde se exponen las leyes de santidad y de justicia que Dios le dio a su pueblo Israel, podemos leer: "No se vuelvan a los adivinos ni a los espiritistas, ni los busquen para ser contaminados por ellos. Yo soy el Señor su Dios". De la misma manera, en el libro de Deuteronomio (18:9-14) leemos la amonestación hecha por Dios para que su gente no cayera en prácticas satánicas: ... "Cuando entres en la tierra que el Señor tu Dios te da, no aprenderás a hacer las cosas abominables de esas naciones. No sea hallado en ti nadie... ni quien practique adivinación, ni hechicería, o que sea agorero, hechicero, encantador, adivino, espiritista, ni quien consulte a los muertos".

Aquellos que obstinadamente insisten en estas prácticas, lejos de librarse del mal son envueltos en él. Traen a su vida junto con la de los suyos maldición y desgracia.  Las naciones que se han dedicado a ellas han visto su desmoronamiento a través de un empobrecimiento moral y material imposible de detener; a no ser por la intervención divina a través de la oración de una iglesia llena de fe, dispuesta a desatar el poder del Dios a quien pertenece el reino, el poder y la gloria por todos los siglos.

¡Señor, líbranos del mal!


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