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martes, 1 de abril de 2014

Epitafio: “La concordia fue posible”, Vladimiro Mujica


Por Vladimiro Mujica, 27/03/2014

En la Catedral del Salvador de Ávila reposan desde hace unos días los restos de Adolfo Suárez, ex-presidente del gobierno español. Suárez fue uno de los principales arquitectos de la transición de la tiranía franquista a la democracia, junto con los líderes de todas las fuerzas civiles y cívicas del país, desde la derecha de Fraga Iribarne a la izquierda de Santiago Carrillo, quienes supieron jugar el papel constructivo que les propusieron tres grandes presidentes de Gobierno, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González, bajo el liderazgo del Rey Juan Carlos I. El epitafio en la lápida del Duque de Suárez no puede ser más significativo: “La concordia fue posible”. Según notas de prensa que han circulado por todo el mundo, durante la homilía, el obispo de la Diócesis de Ávila, Jesús García Burillo, señaló la contribución definitiva del estadista a la naciente democracia española: “Su política consiguió que las dos Españas pudieran encontrarse tras décadas de animadversión política y de odio”. “Las convicciones cristianas” de Suárez, agregó el obispo, guiaron su gestión marcada por “el pacto y el consenso, sin revancha, con espíritu democrático y buscando el entendimiento” que concluyó con “la reconciliación del pueblo español” a través de una Transición reconocida “en el mundo entero”.

Al sepelio de Suárez asistieron miles de personas, ciudadanos comunes y, quizás aún más importante, representantes de todos los sectores de la vida política, económica, cultural y religiosa de una España que se encuentra hoy inmersa en una profunda crisis. Es como si la muerte de uno de los padres de la transición a la democracia le hubiese devuelto, quizás efímeramente, la unidad a un país que conoció uno de los conflictos civiles más duros y amargos del siglo XX. La vida no fue tan condescendiente y amable con el Duque, a quien el mal de Alzheimer le hizo olvidar quien era y todo lo que había hecho por España en una de sus encrucijadas más angustiosas. Pero el pueblo lo recordaba con memoria clara y lúcida y le increpaba a muchos de los políticos asistentes a “aprender de él”.

Para quienes concebimos a España y a América Latina como dos entidades que se entrelazan en nuestra historia y nuestra cultura, es imposible no entablar un diálogo mental que nos lleva inevitablemente a comparar el conflicto español, y su eventual transición hacia un espacio de reconciliación en democracia, con la tragedia venezolana. Quizás valga la pena recordar un magnífico discurso del escritor mexicano Carlos Fuentes, porque añade otra dimensión a la reflexión sobre la muerte de Suárez, en elogio al intelectual español Jesús de Polanco en la XII Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Escribió Fuentes: “Aquí yace media España. Murió de la otra mitad”. La famosa frase de Mariano José de Larra, el joven y magnífico escritor de la pasión civil, recorre la modernidad española como un fantasma disfrazado de fatalidad. Culminan las palabras de Larra -suicida en 1837- la pérdida imperial de las repúblicas independientes del Nuevo Mundo. Prefiguran el acto final del imperio, y su sustitución inmediata por uno nuevo, el norteamericano, en Cuba y Puerto Rico, hace un siglo. Se diría, a veces, que cada mitad de España mataba a la otra y que de aquella división lamentada por Larra sólo quedaba una unión: la de la muerte. Todos los que hablamos español conocemos esta tirantez entre la regresión a la muerte y la afirmación de la vida. En nuestra América Hispánica, ¿cuántas veces no habremos visto, de Bolívar a Allende, la interrupción de la vida por una macabra pantomima que, en nombre de la defensa de la vida, impone la desolación de la muerte? ¿Cuántas veces, en nombre de la defensa de la democracia, no se han impuesto dictaduras nugatorias de la misma libertad que decían proteger? ¿Cuántas veces, en nombre del orden autoritario, no se ha establecido el desorden desautorizado del secuestro, la cárcel, la tortura y el asesinato? Afirmar el valor de la vida y lo que es más, asegurar la continuidad de la vida, a pesar de la inevitabilidad de la muerte.

En estos tiempos tan aciagos que transcurren en Venezuela, podemos estar en el preámbulo de un conflicto inimaginable que puede escalar el sufrimiento y la muerte de nuestro pueblo. Pero a diferencia de España, todavía nos rehusamos a aceptar la idea de dos Venezuelas, a pesar de que el germen de la división está presente en la manipulación de la polarización y el resentimiento como herramientas para el control de la sociedad. Pero como suele ocurrir en las grandes encrucijadas, también podemos encontramos, quizás sin saberlo, en los albores de una transición hacia la reconciliación aún después, y precisamente en razón de, tanto sufrimiento. Recordemos que a la muerte de Franco mucha gente pensaba que un autoritarismo iba a ser reemplazado por otro y el que el Rey era una marioneta del franquismo irreductible. La historia demostró que otras fuerzas actuaban para modificar la obviedad de las predicciones sobre el futuro español.

Suárez surgió de las propias filas del franquismo, pero tuvo la grandeza de espíritu de los líderes estadistas como Mandela y supo convocar a fuerzas que parecían irremediablemente enfrentadas al diálogo y a construir una democracia donde cupieran todos los españoles. Quizás la protesta popular, con sus altibajos y con las a veces denostadas barricadas y guarimbas, ha abierto la puerta para que la intransigencia de la oligarquía chavista le de paso al diálogo y a la transición hacia la Venezuela posible. Antes que tengamos que repetir la frase de Mariano José de Larra, esta vez aplicada a nosotros mismos.

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